Sábado XXIII semana Tiempo Ordinario
I Tm 1, 15-17
Sal 112
Lc 6, 43-49
Los ejemplos y comparaciones que emplea Jesús, basados y tomados de la vida cotidiana del pueblo judío, eran muy acertados y adecuados para trasmitir sus enseñanzas. El día de hoy se basa en dos: el árbol que da frutos buenos o malos, y el del edificio construido en roca o en arena.
Los árboles no se conocen únicamente por su follaje o por sus apariencias, también se pueden conocer por los frutos que dan: las zarzas nunca darán higos, el olmo no dará peras, el nogal no proporcionará cacahuates. Lo mismo se puede aplicar en la persona: “El hombre bueno dice cosas buenas, porque el bien está en su corazón; y el hombre malo dice cosas malas, porque el mal está en su corazón”.
El futuro de un edificio va a depender, en gran parte, en dónde se apoyan sus cimientos. Si es construido en algo sólido, como la roca, el edificio podrá soportar las embestidas que la madre naturaleza llegue a tener en él. En cambio, sí se ha levantado la construcción sobre arena, ésta no soportará los embates que embistan contra ella y terminará cayendo.
Lo mismo sucede con la persona: si el hombre va construyendo su personalidad sobe valores sólidos, tendrá una buena vida; si su vida se basa únicamente en las apariencias, su existencia carecerá de verdadero sentido, conformándose con cosas efímeras o transitorias.
Las enseñanzas del corazón pretenden desenmascarar a la persona humana, invitándolo a hacer una introspección en su vida. Muchas veces nos preocupamos más en lo exterior, en lo que está a la vista de los demás. Puede que, aparentemente, mi vida resulte ser muy llamativa para los otros, pero por dentro me carcome la tristeza, el desanimo, la desilusión, etc.
Tenemos que ser cuidadosos de ver en dónde estamos construyendo nuestro ser de creyentes. No vaya a ser que hemos estado levantando nuestra Iglesia sobre arena, es decir, en nuestros gustos personales, en las modas que nos ofrece el mundo, en el interés personal, etc., y no lo hagamos sobre la roca firme que es el Señor.
Me llama mucho la atención la facilidad con la que muchos católicos se apartan de sus creencias, que prefieren renuncian a llevar una vida grata a los ojos de Dios por llevar una vida llena de “felicidad” y “alegría” por medio de la perdición. Puede que esto nos extrañe demasiado, pero es un claro ejemplo que nos deja ver en dónde habían construido su vida de fe, ya que se ha llegado a su fin, se ha derrumbado.
Cada día que Dios nos ofrece es una nueva oportunidad por corregir esas desviaciones en nuestra vida: algunas veces serán pocos los arreglos que tengamos que hacer, otras veces si costará más trabajo, incluso, en algunos otros casos será necesario volver a levantar la construcción. Lo hemos contemplado en la primera lectura con lo que San Pablo nos ha compartido: “Cristo vino a este mundo a salvar a los pecadores… Jesús nos perdonó para que pudiéramos manifestar toda la generosidad que ha tenido con nosotros y así obtengamos la vida eterna”.
“Por sus frutos los conocerán” ¿Qué frutos estamos dando? “La boca habla de lo que está lleno el corazón” ¿Qué es lo que sale de nuestros labios, de nuestro corazón? El Señor nos sigue invitando a ser mejores; sus enseñanzas buscan ser una motivación para volver al buen camino. No lo dudes más: déjate abrazar por su amor y sigue el camino que Él quiere para ti.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

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