Jueves XXVI semana Tiempo Ordinario
Ne 8, 1-4. 5-6. 8-12
Sal 18
Lc 10, 1-12
El pueblo de Israel, por medio de Moisés, había hecho un pacto con el Señor, una alianza con Dios: “Yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo” (cfr. Ex 6, 7-9). Como ya lo sabemos, aquella nación no fue fiel a esa alianza, sino que prefirió irse detrás de otros dioses, sufriendo, como consecuencia a su infidelidad, el destierro babilónico.
Ahora bien, no es la primera vez que contemplamos la grandeza del Señor y que, de un hecho aparentemente malo, logre sacar algo bueno. El Señor, con la colaboración del gobernador Nehemías, del sacerdote Esdras y de los levitas, logró la reconstrucción de aquel pueblo, tanto humana como religiosamente hablando, después de haber pasado un tiempo en el destierro.
El Texto Sagrado que el día de hoy hemos meditado en la primera lectura, nos presenta un acontecimiento fundamental en la historia de Israel: la renovación de la Alianza con el Señor. Podemos contemplar con cuánta solemnidad se ha realizado esta celebración.
Llama la atención como el pueblo estaba triste. Seguramente al ser conscientes de las veces que han traicionado al Señor, por todas las ocasiones en las que prefirieron seguir sus gustos, sus caprichos o sus más oscuros deseos; era normal que su corazón se encontraba apenado. Sin embargo, se encuentran con un Dios que siempre es fiel, que su amor jamás se apartó de ellos.
De aquí surge una bella expresión: “Este es un día consagrado al Señor, nuestro Dios. No estén tristes ni lloren. Vayan a comer espléndidamente, temen bebidas… pues hoy es un día consagrado al Señor… no estén tristes, porque celebrar el Señor es nuestra fuerza”. Qué grande es el amor de Dios, puesto que no tiene memoria del mal que le hemos hecho, sino que prefiere ofrecernos siempre su perdón.
Muchas veces hemos traicionado a Dios, hemos cometido lo no grato a sus ojos. Sin embargo, no podemos lamentarnos de esos acontecimientos toda la vida. Es cierto, el pecado nos ha marcado, dejando ciertas cicatrices en nuestra vida, pero hemos de levantar la mirada y volver a Dios. No nos quedemos en lo que alguna vez fuimos, no nos quedemos anclados en el pasado. Animémonos a darle la vuelta a la siguiente página de nuestra vida. Dios te ha perdonado todos tus pecados, te ha reintegrado a su Iglesia. Por eso, no estemos tristes, puesto que el Señor es nuestra fuerza y alegría.
El Señor te envía a proclamar a todos la Buena Nueva y, aunque esa misión no es nada sencilla, puesto que “te envía como cordero en medio de lobos”, Él está contigo, del mismo modo que estuvo con el pueblo de Israel. Dios quiere que proclames a todos el Reino. Que mejor manera de predicar que con nuestra propia experiencia de vida: muéstrales a todos como el Señor te liberó de la esclavitud del pecado y te reintegro a la Iglesia por medio de su amor y de su perdón.
Dios nos ha creado y también nos llama. Él desea mantener una relación de amor con todos nosotros; Él quiere guiar nuestros pasos por el mejor camino; Él es nuestra esperanza y fortaleza ante la tristeza; Él es nuestra alegría de vivir plenamente; Él es el todo y las partes. Y aunque muchos se resistan a aceptar el amor de Dios y no quieran escucharte, no te olvides de decirles: “sepan que el Reino de Dios está cerca”, puesto que el Señor nunca se apartará de nosotros.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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