Jueves XXV semana Tiempo Ordinario
Ag 1, 1-8
Sal 149
Lc 9, 7-9
Nos situamos en el año 520 A.C. y el pueblo de Israel ha podido retornar a su tierra después del exilio babilónico, de la mano De Dios, por medio del profeta Ageo.
Todos conocemos lo que le sucede a una casa cuando no es habitada: se comienza a llenar todo de polvo, las arañas llenan los rincones con sus telarañas, los ratones comienzan a hacer madrigueras, las pinturas de los muros se ven afectados y comienzan a despintarse, algunos muebles sufren las plagas de las termitas, etc. Son tantas las cosas que una casa puede sufrir con el paso del tiempo si no se le da mantenimiento continuo.
Ahora bien, después del destierro, el profeta se da cuenta de que los judíos se preocupan principalmente por reconstruir sus hogares, trabajar sus tierras para obtener frutos, olvidándose completamente de Dios y de la reconstrucción del Templo. Una vez más el pueblo no tiene memoria. Se volvieron a olvidar de todo lo que el Señor había y sigue haciendo por ellos.
Dios se da cuenta de esto, por ello, a través de Ageo, les recuerda que no les podrá ir bien en sus trabajaos, en la reconstrucción de la casa si se olvidan de Dios: “Han sembrado mucho, pero cosecharon poco; han comido, pero siguen con hambre; han bebido, pero siguen con sed; se han vestido, pero siguen con frío. De ahí pues que se dé la motivación por construir la casa de Dios.
Pero ¿cómo construir la casa de Dios? ¿Cómo prepararle un lugar a Dios? Tenemos que preparar un corazón que sea capaz de ser el Templo de Dios, para que Él habite y desde ahí pueda guiar todos nuestros pasos. Seamos sinceros: si caminamos de las manos de Dios, si logramos construir una morada donde Él pueda vivir, nada nos podrá apartar de su sendero y todas nuestras empresas serán fructosas.
Ya todos conocemos de lo que Dios es capaz de hacer en favor de los suyos. De hecho, claramente lo podemos constatar por su Hijo, Jesucristo. El Señor, después de haber recibido el bautizo por Juan, una vez que se ha rodeado de un grupo de amigos, se ha dado la tarea de proclamar la Buena Nueva del Reino de Dios.
Como era de esperarse, su fama comenzó a crecer: aquellos que escuchaban las palabras del Maestro, sabían que no era como los demás predicadores; aquellos signos milagrosos que realizaba jamás se habían visto; como trataba con amor y misericordia a los que se consideraban impuros o pecadores. Era tanta la fama que llegó a oídos de Herodes: “¿Quién será éste del que oigo semejantes cosas?”. Cuando el Señor obra en nuestra vida, es imposible no reconocer su mano poderosa sobre nosotros. Hemos de ser conscientes de todo lo que Dios ha hecho en, con y por nosotros.
Sería muy interesante que nosotros, al igual que Herodes, “tengamos curiosidad de ver a Jesús”, pero no con la intención con la que el tetrarca lo quería ver: por morbo, por curiosidad, por conveniencia. La intención de Herodes nunca fue buena, ya que él buscaba su propio interés. Podríamos decir que le sucedió lo mismo que al pueblo de Israel después del destierro en Babilonia: se preocupo primero por lo suyo, antes de agradecer a Dios; prefirió tener sus hogares, antes de construir el Templo para el Señor; opto por sus propios beneficios, antes de hacer lo grato a los ojos del Padre. Herodes no quería conocer a Jesús para convertirse y cambiar su vida, sino para sacar provecho.
Tengamos la curiosidad por conocer por Jesús, pero no solo de conocerlo, sino de hacerlo un buen amigo en el camino, de caminar bajo su guía, de acudir a Él en todo momento. Llenemos de Cristo para que nosotros también lo compartamos a los demás, puesto que muchos también quieren conocer a Jesús.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Así sea 🙏
ResponderEliminarEste texto me animo a acercarme más a Dios otra vez ♥️
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