Viernes XXIV semana Tiempo Ordinario
I Tm 6, 2-12
Sal 48
Lc 8, 1-3
Hoy en día se tiene la mentalidad de creer que el dinero es lo más importante de la vida, de que cada uno de nosotros valemos por la ropa que llevamos, por el teléfono que poseamos, por los accesorios tan costosos que podamos llevar en el cuerpo, etc. También se cree que con el dinero todo está resuelto. Sin embargo, sabemos que no es así.
El dinero tiene su límite y llega hasta donde puede llegar, es decir, sólo es válido en el terreno material. De ahí no pasa. El dinero tiene la capacidad de llenar los bolsillos, de adquirir cosas para llevar una vida “más fácil”. Sin embargo, nunca será capaz de llenar el corazón humano ya que este anhela una vida en el amor, en la verdad, en la bondad, que el dinero no puede dar.
En una ocasión escuche a una persona decir: “Hay gente tan pobre que lo único que tienen es dinero”. Y cuánta razón tienen estas palabras. ¿De qué me sirve tenerlo todo si mi corazón está vacío? ¿Para qué poseer lo último en la moda si mi vida ha perdido el sentido? ¿Para qué deseo tenerlo todo en este mundo si al final termino perdiéndome?
Por esa razón, San Pablo nos asegura que nuestra fe es una ganancia: “La religión es una ganancia”. No olvidemos la parábola del tesoro escondido. Aquellos que optamos por comprar ese tesoro, todos aquellos que desean aceptar la amistad con el Señor y no con el dinero, hacemos el mejor negocio de nuestra vida, incluso, recibimos mas de lo que podemos dar.
Al elegir al Señor en vez de las riquezas recibimos aquello que ardientemente anhela el corazón del hombre, es decir: la luz, una razón de ser, la esperanza y la vida en abundancia. Podemos decir que, aceptar a Jesús, es la mayor ganancia que podemos tener en nuestra existencia.
Ahora bien, el incansable Jesús sigue de ciudad en ciudad, recorriendo las regiones y va predicando la Buena Nueva del Reino. Para ello, no se ha desentendido de los suyos, al contrario, los hace participes de su misión. Él quiere que le ayudemos en esta ardua tarea.
Para esto, Jesús nos anuncia que quiere reinar en los corazones de los hombre y mujeres de la Iglesia, ya no como una ilusión, sino como lo que es: Dios verdadero. Aquello que las riquezas nos ofrecen, que tienden a ser una mera ilusión, como un oasis en el desierto, el Señor lo ofrece en plenitud, sin reservas ni medidas.
No olvidemos la advertencia que nos hacía Jesús en otro pasaje del Evangelio: “Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No pueden servir a Dios y al dinero” (Mt 6, 24). Tengamos mucho cuidado de no dejar reinar en el corazón a otros reyes, a otros dioses, al dinero, ya que nunca nos podrán dar lo que el Señor nos ofrece.
Todo esto lo entendieron perfectamente “los doce y algunas de las mujeres”. Todos ellos han aceptado una amistad con el Señor y se han convertido en sus seguidores, los cuales son instruidos por el Señor, manifestándoles los secretos del Reino de los Cielos, que, a su vez, todo ellos deberán extender a sus demás hermanos.
Ciertamente que las riquezas en sí no son malas ni buenas. Todo dependerá de la persona: puede elegir vivir corrompido por el dinero o puede con éste alcanzar la salvación, empleándolo como un medio para seguir los pasos del Señor. El riesgo es muy grande, pero si elegimos la amistad con el Señor, las riquezas no podrán apartarnos jamás de su amor.
Pidámosle al Señor que nos conceda la fortaleza de poder elegirlo a Él y ponerlo como el centro de nuestra vida. No tengamos miedo de dejar todo aquello que nos da una falsa felicidad o una falsa seguridad. Busquemos lo que verdaderamente es importante ante los ojos de Dios: su amor y su lealtad.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

Así sea Señor!! Solo en ti está puesta mi Esperanza! Bendito seas por siempre!! Gracias Padre Gerardo!! Un grande abrazo fuerte
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