Martes XXIII semana Tiempo Ordinario
Col 2, 6-15
Sal 144
Lc 6, 12-19
Todo nosotros, si nos consideramos discípulos del Señor, lo hemos aceptado libremente. Y esto, ¿qué significa? Podemos responder esta pregunta con lo que San Pablo nos propone en la primera lectura. Lo primero que tenemos que hacer es aceptar a Cristo no únicamente como hombre, sino como Dios verdadero, en el que “habita la plenitud de la divinidad”.
Por medio del bautismo se ha producido el acontecimiento más importante de nuestra existencia, aquel que ha cambiado toda nuestra vida, nuestra mente, nuestros sentimientos, nuestro corazón: “Por el bautismo fueron sepultados con Cristo y también resucitado con Él”. Por medio de este Sacramento, hemos muerto a la vida sin Cristo y resucitamos a una vida con Cristo, es decir, hemos muerto al pecado y vivimos en la gracia: “ya no soy yo el que vive, es Cristo el que vive en mí” (Gal 2, 20).
En esta intimidad con el Maestro, al igual que Él, somos hijos de Dios y tenemos a Dios como Padre: esta es la nueva vida en Cristo. Parecería que nuestra vida sigue igual, pero no es así, ya que por medio del bautismo todo es distinto: ahora estamos llamados a vivir con más intensidad, con más alegría, con más santidad.
Si tenemos como padre a Dios y lo podemos escuchar y hablar con Él, ya todo comienza a ser distinto y mejor. Ahora nosotros vivimos unidos a Cristo y como Él vivió, así también nosotros tenemos que vivir: una vida que ha sido toda dirigida por el amor al Padre, a los hermanos y a nosotros mismos.
Ahora bien, recordemos que Jesús es el que nos ha incorporado en este ser hijos del Padre. Él es el que nos ha llamado: “Llamó a sus discípulos, eligió a doce de entre ellos y les dio el nombre de apóstoles”.
Pero no simplemente los llamó, sino que Jesús nos muestra cómo debería de ser nuestra actitud ante las elecciones que vamos haciendo día a día. En el Evangelio contemplamos que, en los momentos decisivos, cuando tiene que tomar una decisión importante, Jesús entra en diálogo con su Padre, como pidiendo la luz y el consejo para tomar la mejor decisión. El Maestro va a elegir a aquellos que han de ser continuadores de su obra, por ello se ha retirado “a la montaña a orar y pasa toda la noche orando a Dios”.
Una vez que se ha dado este diálogo con el Padre, elige a doce para que sean sus apóstoles. Ellos van a ser los que van a acompañarlo en todos los momentos, serán ellos los que instruirán a las comunidades, a los que se les revelarán los secretos del Reino para que después lo puedan instaurar en medio de sus hermanos.
Eso mismo ha hecho el Señor con nosotros por medio del bautismo: nos ha consagrado para que “seamos santos e irreprochables por el amor” (cfr. Ef 1, 3) y así podamos anunciar a todos la Buena Nueva de Dios (así como cuando Jesús bajó del monte y se encontró con una gran muchedumbre que lo estaba buscando).
Hay tantos que están sedientos de amor; hay tantos hombres que buscan constantemente a Dios y no lo encuentran. Somos nosotros los que somos enviados por el Señor a sanar esos corazones, a devolver la esperanza que es robada muchas veces por el mundo. La misión que tiene todo apóstol es la de poner en contacto a todos los hombres con Jesús.
No tengas miedo: si Dios te ha elegido y consagrado por el bautismo, no te dejará solo. Él irá contigo, te sostendrá y hará que perseveres en su camino. Si Él te ha elegido, créeme, no te soltará, todo lo contrario, te sostendrá para que puedas anunciar a todos la alegría y el amor que provienen del corazón del Padre. Solo déjalo obrar en ti y verás de todo lo que es capaz de hacer.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

SI SEA CUANDO TE ABANDONAS A EL EL ES TU GUIA ABRE PUERTAS Y CORAZONES. Y NO HAY QUE OLVIDAR DIOS CONMIGO QUIEN EN CONTRA.
ResponderEliminar