Nuestra Señora de los Dolores
I Tm 3, 14-1
Sal 110
Jn 19, 25-27
Hoy celebramos la memoria de Nuestra Señora de los Dolores, la cual, es una invitación a contemplar, de un modo singular, la pasión del Señor desde los sufrimientos de su Madre Santísima. Así lo escuchamos en la oración colecta: “Has querido que la Madre compartirá los dolores de tu Hijo al pie de la cruz”.
En el silencio de su corazón, María, al decirle “sí” al Señor, fue comprendiendo que el dolor y el sufrimiento la acompañarían a lo largo de su vida. Lo podemos contemplar por lo que los evangelistas nos narran en sus escritos: desde el momento de la gestación, cuando José tenía interrogantes sobre su embarazo (cfr. Mt 1, 18-19); más delante, tiene que ir a empadronarse a la tierra de José (cfr. Lc 2, 1-5); cuando el anciano Simeón le dice que “una espada le traspasará el alma” (Lc 2, 35); una vez que ha nacido el niño, se ve forzada a emigrar a Egipto para salvar al vida de Jesús (cfr. Mt 2, 13-15); tuvo que soportar que la multitud le decía que su Hijo estaba fuera de sí, que se había vuelto loco (Mc 3, 21); hasta el día tan terrible que vio morir a su Hijo en la cruz (Jn 19, 25ss).
“María estaba al pie de la cruz”. Con esta afirmación, el evangelista nos remite a la historia de Salvación: la Virgen está al comienzo de la misma, pronunciando las palabras, “he aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. Y también está al momento de la muerte del Salvador, en donde está consumada la promesa del Padre.
La Madre del Salvador, en está advocación de la Virgen de los Dolores, quiere convertirse en modelo de todos los que sufren: de aquellos padres de familia que no comprenden la actitud rebelde de sus hijos; de los hombres que se ven sumergidos en los vicios que el mundo les ofrece; de todos los que sufren la perdida de un ser querido; de aquellos que se sienten solos y desesperados.
Es la Virgen la que nos enseña como poner nuestra confianza en el Señor, dejando que sea el mismo Espíritu el que nos vaya conduciendo por el camino del Señor y, de esa manera, mantenernos firmes, inclusive si el dolor o sufrimiento se presenten en nuestra vida.
Si nos dejamos poseer completamente por el amor del Padre, ninguna tribulación o sufrimiento podrá hacernos caer, ya que contaremos con la fortaleza del Señor para salir delante de todos los embates que se puedan presentar en mi vida. Así como María, que puso toda su confianza en el Señor, así también nosotros nos mantendremos firmes si nos hacemos los “esclavos del Señor”.
María nos ha demostrado cómo el creyente debe sobrellevar sus sufrimientos. Podemos decir que, el dolor, es el precio de amor a los demás y no un castigo de Dios para hacer sufrir a sus hijos. Todo lo contrario, Jesús padeció los sufrimientos en la cruz y, de esta manera, nos ha enseñado que todo sufrimiento, bien enfocado, puede ser ofrecido con amor.
Si en estos momentos nos encontramos en momentos de sufrimiento y dolor, miremos a la cruz, como lo hizo María Santísima. Ofrezcamos a Dios todo aquello que estemos viviendo como una ofrenda, con un corazón abandonado al Señor y pidámosle que nos conceda la paz en los momentos de tribulación. Ante los momentos de sufrimiento, no le demos la espalda al Señor, mejor, vuélvete a Él y ve a sus brazos, ya que sus brazos siempre estarán abiertos para abrazarte y demostrarte cuánto te ama.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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