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"¿Te animas a seguirlo"

 San Mateo, Apóstol 


Ef 4, 1-7. 11-13

Sal 18

Mt 9, 9-13



    El día de hoy celebramos la fiesta de San Mateo, Apóstol, el cual aparece siempre en la lista de los Doce elegidos por Jesucristo, ya sea por este mismo nombre o por el de Leví. Los Evangelios sinópticos nos narran cómo fue su llamado, dejándonos ver que Mateo era un recaudador de impuestos.


    Mateo, el publicano, tuvo la gran fortuna de encontrarse con el Señor. En su vida, experimentó el gran amor de Jesús por los pecadores, lo cual ha movido a este hombre a convertirse y ser el gran apóstol y evangelista que conocemos.


    Leví experimentó, sin duda alguna, la tristeza del pecado desde su condición de publicano. Recordemos que, en tiempos de Jesús, los publicanos no eran bien vistos o aceptados por los fariseos o los mismos judíos. Hasta cierto punto podríamos decir que se consideraban traidores a la patria, puesto que ellos eran judíos encargados de cobrar los impuestos al pueblo, para posteriormente dárselo a los romanos.


    A pesar de que Mateo fue construyendo y afianzando su vida por todo aquello que lograba ganar en su empleo, tuvo la valentía de dejarse encontrar por Jesús y decidió abandonar todo aquello que había obtenido, sus riquezas, sus lujos y su prestigiado trabajo. Leví no dudó en seguir al Señor, sabía que con Él lo había encontrado todo.


    Recordemos que la misión de Jesucristo siempre fue la de salvar a los hombres de la esclavitud del pecado. “Dios no desea la muerte del pecador, sino que se arrepienta y viva” (cfr. Ez 18, 23). Jesús no se dará por vencido en esta ardua tarea, sino que luchará para que todos se conviertan y puedan tener una vida digna.


    Cuando Jesús pasa siempre se encuentra con alguien: le sucedió a Zaqueo, a la Samaritana, a la pecadora pública, etc. Hoy, en el Evangelio, al pasar se encuentra con Mateo, un publicano, un hombre que se ha corrompido, un hombre señalado y despreciado por los fariseos (los cuales se creían perfectos), un pecador.


    Pero Jesús no se fijó en las apariencias, sino que se fijó en su corazón. Él sabía que, a pesar de que Mateo lo podía tener todo, su vida estaba vacía. Por ello, el Maestro se dirige a él, le ofrece un nuevo camino: cambiar la mesa de recaudador de impuestos, para tener una vida entregada, generosa y desinteresada a los demás; cambiar una vida sumergida en el pecado, por una vida de amistad con Dios. Sin duda alguna es una auténtica y verdadera conversión.


    ¿Por qué Mateo lo dejó todo? ¿Por qué ha aceptado esa invitación de “seguir” al Maestro? Porque la mirada de Jesús le había hecho comprender que interiormente era pobre, que, a pesar de tenerlo todo, estaba vacío. Leví había caído en la cuenta de que era un pecador y necesitaba del medico, necesitaba de Dios.


    “No he venido llamar a los justos, sino a los pecadores”. Muchas veces justificamos el llamado que el Señor nos hace, creyéndonos indignos de ello. Pero no lo olvides, Jesús llamó a los pecadores, a los imperfectos, a aquellos que ante los ojos del mundo no valemos. Qué reconfortante y maravilloso es comprender y contemplar cómo Dios busca a la oveja que se le ha perdido y la llena de una verdadera felicidad. No olvidemos que Jesús ha venido para salvar a los pecadores.


    Este Evangelio debería de seguir resonando en lo más profundo de nuestro corazón. Permitamos que esta Palabra transforme nuestra vida y nos ayude a levantarnos de nuestro pecado para seguir a Cristo con valentía y determinación.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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