Jueves XXIII semana Tiempo Ordinario
Col 3, 12-17
Sal 150
Lc 6, 27-38
Qué gran consigna nos ha dejado el Señor al pedirnos devolver bien por mal, en hacer a los demás todo lo que deseo se haga en mí y, sobre todo, amar a todos los que me rodean con amor. Sin duda alguna la tarea que nos ha dejado el Maestro no es tan sencilla como parece. Creo yo, tal vez no pueda aplicarse para todos, que el precepto más difícil que nos ha pedido vivir Jesús es el de amar a nuestros enemigos.
Indudablemente que el precepto de amar al prójimo, incluso cuando ese prójimo se ha convertido en enemigo, es una tarea complicada de llevar y exige un arduo trabajo para poder llevarla a cabo. Y Jesús lo sabe; Él bien sabe que no es una tarea sencilla la de “amar al enemigo”. Por eso nos confronta con la pregunta: “¿qué mérito tiene?”.
En muchas ocasiones, en las diferentes parroquias en las que me ha tocado compartir el ministerio sacerdotal, me he encontrado personas que no quieren batallar en su ser cristianos. Todo lo quieren sencillo, sin inmutarse, sin hacer siquiera el mínimo esfuerzo. El verdadero discípulo del Señor está llamado a esforzarse, a buscar soluciones a las problemáticas, a buscar un mejor rendimiento en su diario vivir. No podemos seguir viviendo una vida desde la mediocridad o el conformismo. Hemos de darle un “plus” a nuestra vida, ya que, si queremos que la vida sea fácil, “¿qué haremos de extraordinario?”.
Dios nos ha dado la capacidad de hacer cosas grandes, de proyectar nuestra vida hacia la perfección. Recordemos que todos los hombres “hemos sido creado a su imagen y semejanza” (cfr. Gn 1, 27). Por lo tanto, podemos llevar a cabo esta misión que se nos ha encomendado. Es por medio de Él que podemos amar y respetar al prójimo.
San Pablo, en la primera lectura, nos ofrece un itinerario que, si perfectamente lo sabemos llevar, podremos amar a nuestro enemigo: “Puesto que Dios los ha elegido a ustedes, los ha consagrado a Él y les ha dado su amor, sean compasivos, magnánimos, humildes, afables y pacientes. Sopórtense mutuamente y perdónense cuanto tengan quejas contra otro, como el Señor los ha perdonado a ustedes. Y sobre todas esas virtudes, tengan amor, que es el vínculo de la perfecta unión”.
Jesús nos sigue haciendo recomendaciones y nos propone tres dimensiones para poder relacionarnos con nuestro prójimo: “Sean misericordiosos”. Aquel que es misericordioso no se atreverá nunca a hacer sufrir a los demás y si ve que alguien sufre, se sentirá tocado por ese mismo sufrimiento; “no juzguen”. Difícil de no hacer esta práctica, pero no estamos en condición de hacerlo, ya que no conocemos la profundidad, las intenciones o lo más íntimo de la persona; “perdonen”. No caigamos en el error de querer ser jueces o poquito peor, verdugos. Nosotros tenemos que aprender a perdonar las ofensas que se nos hagan, a no guardar resentimiento, ya que lo único que estaremos haciendo con esto será ir envenenando el corazón y perjudicando mi persona.
Es una ardua tarea la que el Señor nos esta pidiendo el día de hoy. Incluso podríamos pensar que es imposible de llevar a la práctica. Pero no te desesperes. Tenemos que ser pacientes en nuestra configuración con Cristo. Un largo camino siempre comienza con el primer paso y nosotros tenemos por guía a Jesús, el Buen Pastor, que cuida y protege a los que confían en Él.
Esta petición del Señor no busca desanimarnos. Todo lo contrario: nos motiva y nos propone un camino, que, si lo seguimos, podremos llegar “ser perfectos, como nuestro Padre Celestial es perfecto” (Mt 5, 48). Que esta invitación de Jesús nos haga ir mas allá de nuestro conformismo y nos mueva a amar al prójimo con todo el corazón.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Así sea ña tarea de amar al enemigo es algo difícil pero no imposible si nos preguntamos qué haría el Señor en mi lugar eso ayuda a ir limando asperezas.
ResponderEliminarBendecido día padre se le extraña.