Martes XXIV semana Tiempo Ordinario
I Tm 3, 1-13
Sal 100
Lc 7, 11-17
Las virtudes humanas son la base de toda vida, incluso la cristiana, y son fundamentales para ejercer fielmente el ministerio de gobernar.
Aunque las Palabras de San Pablo son referidas a ministros ordenados, hemos de ser conscientes y caer en la cuenta de que no es únicamente para ellos, sino que, de alguna manera, todo bautizado está llamado a cumplir con esta misión. Todos tenemos que cumplir ciertas responsabilidades en la vida comunitaria.
Será importante, entonces, analizar la lista que enumera el Apóstol en la primera lectura y ver que es aquello que debemos llevar a la práctica en nuestra vida cristiana.
La madurez personal, un buen corazón, el autocontrol, la fidelidad a los nuestros, el ser honrado y dar buen ejemplo, etc. Nos hará muy bien repasar el programa que nos ofrece San Pablo y respondernos a nosotros mismos con sinceridad. En esta autoevaluación, seamos exigentes con nosotros mismos, pensando que es lo mejor tanto para mi familia, como para la comunidad cristiana, pero sobre todo para con Dios, que espera lo mejor de nosotros.
En cuanto al Evangelio, no encontramos con el relato del milagro de la resurrección del hijo único de la viuda en Naín. En una primera instancia, llama la atención que, en este pasaje, no está presente la fe, la cual venía siendo una condición indispensable para que Jesús pudiera realizar el milagro (todo esto sí nos basamos en muchos otros pasajes de la Sagrada Escritura).
Entonces ¿qué tenemos aquí? Tenemos una confesión de fe un poco peculiar. Tras el milagro efectuado por el Maestro, la gente dirá: “un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo”. Esta afirmación nos remite al pasaje del nacimiento de Jesús, donde es llamado “Emmanuel”, es decir “Dios-con-nosotros” (cfr. Lc 1, 18-25).
También llama la atención que la confesión de fe no la hace la madre o el niño que ha resucitado, sino el pueblo. Con esto nos damos cuenta de que el objetivo de Jesús fue doble: sanar el dolor de la madre y el hacer que el pueblo lo reconociera.
Ahora bien, nosotros, ¿seremos capaces de creer que Dios está con nosotros? ¿Podremos reconocer a Jesús que obra ordinariamente en nuestra vida cotidiana? ¿No es un signo evidente ver cómo Dios nos visita en nuestro diario vivir?
El Señor sabe por lo que estamos pasando. Él conoce nuestro corazón y sabe si algo nos hace falta, de manera especial lo que San Pablo enumeraba en la primera lectura. Será entonces importante volver nuestra mirada a Dios, pedirle que nos ayude en nuestro diario caminar. No vaya a ser que nuestra fe esté muerta como el hijo de la viuda.
Aprovechemos la oportunidad que el Señor nos regala el día de hoy para mejorar en nuestro ser de creyentes. En donde parece haber muerte, Dios regenera la vida. Lo mismo puede suceder en nuestra existencia. El Señor quiere devolvernos a una vida llena de gracia. ¿Le permites entrar a tu corazón y que Él sane toda muerte espiritual que exista en él?
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Si Señor entra en mi corazón , sanalo , y quédate señor en mi !! Gracias padre Gerardo!! Bendiciones!!
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