Miércoles XXV semana Tiempo Ordinario
Ese 9, 5-9
Tb 13
Lc 9, 1-6
Anoche me hicieron una pregunta: “Padre, ¿usted practicaba algún deporte?”. Sin duda alguna no tarde en responder a esa pregunta. Incluso me resulto demasiado sencillo platicar de los diferentes deportes que he practicado en mi vida (que si han sido algunos). Pero después vino otra respuesta más contundente: “¿y sigue practicando alguno?”. A lo cual respondí: “No. Me ha sido muy difícil volver a tomar el ritmo y hacerme el hábito de ejercitarme”. A lo que la persona concluyó: “¡Qué difícil es volver a tomar el ritmo! ¡Qué complicado volver a estar en condición!”.
Fue algo parecido por lo que pasó Israel después del destierro de Babilonia. No todo fue fácil en la reconstrucción de la sociedad y de la vida religiosa. Toda una generación que ha nacido y vivido por gran tiempo en tierra pagana no cambia de la noche a la mañana. Esto es algo que podemos estar viviendo el día de hoy: una sociedad que se ha ido convirtiendo al paganismo, que se han alejado del camino de Dios.
Hoy en día se viven situaciones de decadencia y desgracia, las cuales suelen tener su fundamento en el abandono de los valores, tanto humanos como cristianos. Ahora bien, es bueno que, si nos ha tocado experimentar algo como esto, un período difícil y complicado, reconozcamos que también nosotros tenemos culpa, ya que muchas veces no hemos hecho lo que teníamos que hacer.
Debemos de hacer una introspección y reconocer la culpa que hemos tenido al cometer pecado, pues de esa manera dañamos nuestra relación con Dios y con los hermanos, o cuando permitimos que se hagan injusticias en la sociedad, o cuando somos indiferentes al dolor ajeno o necesidad de los demás, o cuando somos desinteresados de la contaminación, en los diferentes tipos de abusos que se dan en el mundo, etc.
San Juan Pablo II dijo: “No se puede atravesar el umbral del nuevo milenio sin animar a sus hijos a purificarse, en el arrepentimiento, de errores, infidelidades, incoherencias y lentitudes”. En el S. XXI, los cristianos debemos postrarnos con humildad ante el Señor, interrogarnos sobre las irresponsabilidades que hemos cometido, sobre todo el bien que hemos dejado de hacer.
Recordemos las palabras que Dios le dirigió a San Francisco, “reconstruye mi Iglesia”. Es necesario que nosotros reconstruyamos nuestra Iglesia, nuestra sociedad, nuestro mundo. Ahora bien, no caigamos en el error de creer que esto será pan comido, que fácilmente podemos llevar a cabo esta tarea. No siempre resulta sencilla esta misión.
Jesús sabe de esto, por ello a los “Doce les dio poder y autoridad para expulsar demonios y sanar enfermos”. Pero no únicamente a ellos les concede esa gracia, sino que también se fija en nosotros: nos da su poder, su fortaleza para no caer en la desesperanza. Todo lo contrario, para seguir constantemente trabajando en la construcción del Reino de Dios.
Tenemos que reconocer que la misión que el Señor nos ha encomendado es bellísima y que con Él, sólo con Él, la podremos llevar a buen termino. Ciertamente no es sencilla, pero con constancia, perseverancia y confianza en Dios lo lograremos.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Así es padre el abandono en Dios es ka solución a nuestras apatía al después más tarde mañana si nos abandonaría a él la vida se ve diferente el trabajo se hace agradable y lo espiritual se va entendiendo cada vez más.
ResponderEliminarSaludos padre se me extraña.