Sábado XXV semana Tiempo Ordinario
Za 2, 5-9. 14-15
Jr 31
Lc 9, 43-45
El pueblo de Israel selló una alianza con el Señor. Le prometió cumplir todos sus mandatos y que únicamente lo servirían a Él. Por desgracia, con el paso del tiempo, fueron renunciando a su promesa, rompieron el pacto que habían realizado con Dios. Ahora bien, ese pueblo que decidió alejarse del camino del Señor, que le dio la espalda, sufrieron las consecuencias de sus actos: como fue el destierro.
Sin embargo, a pesar de su infidelidad, el Señor nunca se alejó de ellos. Todo lo contrario, cumplió su promesa y, en el momento más oportuno, restablece la alianza de amor que había prometido a su pueblo. El día de hoy, por boca del profeta Zacarías, el Señor les anuncia que volverán a habitar en Jerusalén. Por eso les dice: “Alégrate y goza, hija de Sión, canta de gozo y regocíjate porque yo vengo a habitar dentro de ti”.
Y no solamente lo ha hecho por medio de esta acción, sino que el Señor, por medio de Jesucristo, ha establecido la más grande alianza de amor con toda la humanidad. Ya no se conformará con habitar en nuestras ciudades o en la sociedad, sino que quiere adentrar en nuestro corazón, estableciendo ahí su morada, como lo dice el evangelista san Juan: “El que me ama, guardará mis mandamientos y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos en él nuestra morada” (Jn 14, 23). Así de grande es Dios, así de magnánimo es su amor por nosotros.
Ahora bien, nosotros decimos conocer a Dios, como Él va haciendo portentos en nuestra vida. ¿Cómo entonces sus discípulos no comprenden las palabras que Jesús les dice en el Evangelio: “El hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres”? ¿Por qué criticamos su torpeza de entender o su dureza de corazón?
En muchas ocasiones se nos hace demasiado sencillo juzgar la mentalidad de los demás. De hecho, podemos caer en un anacronismo muy grande al pensar así. No olvidemos que somos hijos de nuestro tiempo. En aquel tiempo, tanto los judíos como los apóstoles, esperaban la presencia del Mesías, pero lo esperaban de una manera poderosa, como un Dios destructor o exterminador del mal. Incluso lo podemos pensar del pueblo de Israel: ¿para qué buscaban otros dioses si todo lo tenían en el Señor? La debilidad humana también imperaba en ellos, como actualmente lo hace en nosotros.
Hay muchas cosas que no comprendemos a primera instancia, que es necesario que las reflexionemos, que profundicemos en ellas para poder sacar conclusiones o entenderlas del todo. No siempre tenemos la capacidad de entender la totalidad del mensaje. Lo que tenemos que hacer es pedirle al Señor su luz para comprender todos sus designios amorosos.
Tal vez nosotros no vayamos a padecer la cruz, como le sucedió a Jesús, pero Él nos pide que donemos nuestra vida, que la entreguemos por amor a los demás, “porque el que quiera conservar su vida, la perderá, en cambio quien pierda su vida por mí y por los demás, la encontrará” (cfr. Mt 16, 24).
Pidámosle al Señor que abra nuestra mente y corazón para poder acoger y entender su Palabra; que nos haga dóciles para seguir su camino con fidelidad y entrega; que fortalezca nuestra voluntad para afrontar y superar nuestras dificultades y obstáculos; que Dios nos ayude en nuestro peregrinar terreno para que algún día podamos gozar de la patria celestial.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Me encantó!!!🧡 muchas gracias padre !
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