XXIV Domingo del Tiempo Ordinario: Ciclo “B”
Is 50, 5-9
Sal 114
St 2, 14-18
Mc 8, 27-35
San Marcos, en su Evangelio, quiere ofrecernos una tesis sobre “quién es Jesús”. Desde el comienzo del mismo nos dice: “Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijos de Dios” (Mc 1, 1); posteriormente, a la mitad de sus escritos, aparece la profesión de fe que hoy hemos escuchado: “Tú eres el Mesías”; para concluir su obra con la afirmación del centurión romano: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15, 39). Para Marcos es sumamente importante dejarnos claros lo que fue Jesucristo: el Hijo de Dios. Por esa razón, el día de hoy, esa pregunta sigue resonando en la Iglesia: “Y tú, ¿quién dices que es Jesús?”.
Llama la atención, al respecto de todo esto, que Jesús haya formulado esta pregunta en territorio pagano. Recordemos que Cesarea era una ciudad que había sida construida para rendirle culto al Emperador Romano en turno. Era la manera en la que el Imperio Romano deba esa veneración a su gobernador. Pues ahí donde Cristo quiere saber que dicen de Él.
En una primera instancia nos encontramos que todo lo que se dice de Jesús no es tan malo. Las comparaciones o los personajes a los que dice la gente parecerse, han sido muy importantes en la historia de Israel: “Elías, Juan el Bautista, alguno de los profetas”. La gente ve en el Maestro rasgos importantes, pero aún no terminan de contemplar en Él al “Hijo de Dios”. Y eso le puede suceder a muchos: que reconozcan a Jesucristo como un profeta, como alguien que es bendecido por Dios, como un gran taumaturgo. Pues esa visión aún está incompleta.
Después los Apóstoles, todos representados en Pedro, dan en el clavo: “Tú eres el Mesías”. Sin duda alguna les ha servido el estar con Jesús, el acompañarlo en sus travesías, el haber convivido tanto tiempo con Él. Ellos han encontrado en el Maestro al Hijo de Dios.
Pero la sorpresa para ellos viene después de lo que Pedro ha afirmado. El Evangelio nos relata que desde que Jesús emprende su viaje hacia Jerusalén, en los poblados de Cesarea de Filipo, había comenzado a instruir a sus discípulos: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, tiene que ser entregado a la muerte y en tres días resucitará”.
Al escuchar aquello, “Pedro trataba de disuadirlo”. Ciertamente han visto en Jesús al Mesías, pero no como ellos se lo esperaban. Recordemos que los judíos esperaban a un Mesías poderoso, capaz de destruir las naciones, un Mesías vencedor. ¿Y qué es lo que Jesús les descubre? Un Mesías que ha de padecer sufrimiento, dolor, inclusive la muerte. Digamos que hasta cierto punto la reacción de Pedro era de esperarse.
Por ello, Jesús lo invita a “ponerse detrás de Él”. Todavía tienen mucho que aprender. El Maestro sigue instruyendo a los suyos y lo hace desde el amor. Les deja bien en claro como lo deben de seguir: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga”. Cristo sabe que “el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por Él y por el Evangelio, la salvará”.
Jesús quiere dejarles bien en claro que, el ser un seguidor del Maestro, no consiste únicamente en profesarlo como el Mesías, sino en el entregar la vida, el vivir plenamente conforme al Evangelio. De ahí pues la invitación de Santiago: “A ver, ¿muéstrame tu fe sin obras? Yo, en cambio, con mis obras te demostraré mi fe”.
No basta profesar que Jesús es el Hijo de Dios, se trata de actuar, de obrar y por medio de nuestro testimonio, demostrar que creemos que Jesús es el Mesías. Todavía estamos a tiempo: aún podemos perfeccionar nuestra relación con el Señor. Pongámonos detrás de Él y sigamos su ejemplo, cargando día con día nuestra cruz.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

Así sea !! Gracias Señor por tu amor!! Bendecido día del Señor!! Gracias Padre Gerardo!!
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