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"No te canses de ser bueno"

 Miércoles XXVIII semana Tiempo Ordinario


Rm 2, 1-11

Sal 61

Lc 11, 42-46



    El día de ayer contemplábamos como San Pablo desautorizaba a los paganos por no haber llegado al conocimiento de Dios, a pesar de las huellas tan claras que están en la misma Creación. Hoy se dirige a los judíos, ya que ellos se encuentran fuera del juego. Estos últimos, no han sabido sostener su elección, ya que han comenzado a juzgar despectivamente a los paganos.


    San Pablo, por esa razón, les habla con fuerza. Les recuerda que el don de Dios se da a todos por igual, puesto que Dios no hace distinción alguna. Así como el Señor otorgará la gloria, el honor, la paz y la vida eterna, a todos aquellos que permanezcan haciendo el bien, también dará el terrible castigo a los que fueron egoístas, que se revelaron contra la verdad o cometieron injusticias contra otros.


    No me gusta ver a Dios como el policía: si te portas bien, no te hará daño, pero si haces alguna fechoría, te meterá a la cárcel. No. Dios no es un policía o juez con estas características. Todo lo contrario: Él es bueno, misericordioso, lleno de amor. Él no quiere que sus hijos se pierdan, todo lo contrario, sino que lleguen al conocimiento de la verdad y se salven (cfr. I Tim 2, 4).


    Técnicamente no es Dios el que nos castiga, somos nosotros mismos los que elegimos esto. Al darnos la libertad, cada uno de nosotros puede elegir si hacer el bien o el mal. Aún cuando puedan existir personas que afectan en nuestras decisiones, al final los que elegimos somos nosotros mismos. De ahí, pues, las palabras que Jesús dirige a los fariseos y doctores de la ley, en el Evangelio: “¡Ay de ustedes…!”-


    ¿Cuál fue la falta de los fariseos y doctores de la ley? Que van en contra de la verdad, y ya sabemos quién es la Verdad: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (cfr. Jn 14, 6). Jesús quiere que vivamos siempre en la verdad. Él no quiere que nosotros digamos una cosa y hagamos otra; no quiere que busquemos el alago de personal, sino que más bien llevemos a los demás a Dios; no desea que abrumemos a los demás, con cargas difíciles de llevar, sino que más bien ayudemos a los otros.


    Del mismo modo que en tiempo de los Romanos: ¿qué es lo que nos corresponde a nosotros ante las malas acciones de nuestros hermanos? ¿Deberíamos callar? ¿Deberíamos hablar? ¿Deberíamos rezar por ellos? Pienso que en todo momento deberíamos de buscar el bien del prójimo: “¿Cuál de estos se portó como prójimo?... El que tuvo compasión de él… Anda y haz tú lo mismo” (cfr. Lc 11, 37).


    Como siempre, acudamos al Señor en busca de la luz verdadera. Él ya nos ha hablado de la corrección fraterna y de aquellos pasos que hemos de dar en nuestro caminar: “Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano” (cfr. Mt 18, 15); pero no olvides otra advertencia del Señor: “¿Cómo puedes decirle a tu hermano: déjame te quito la paja de tu ojo cuando tú llevas una viga en el tuyo?” (cfr. Lc 6, 42).


    “Al que mucho se le confía, mucho se le exige” (Lc 12, 48). Aquí no se trata de lo que hemos recibido por parte de Dios, sino de cómo lo hemos administrado. No vaya a ser que, aquel que ha recibido un sólo talento lo haya administrado mejor que nosotros, que hemos recibido diez.


    Como dice el Salmo: “Tú, Señor, pagas a cada uno según sus obras”. Pidámosle al Señor que nos conceda la gracia de ir corrigiendo todo aquello que no es grato a sus ojos; que podamos cambiar las desviaciones de nuestro camino. No dejes de poner tu confianza en Dios, puesto que “sólo en Dios descansa mi alma, porque de Él viene mi salvación; sólo Él es mi roca y mi salvación… Él es mi esperanza”.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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