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Y tú: ¿dónde quieres estar?"

 Viernes XXX semana Tiempo Ordinario


Rm 9, 1-5

Sal 147

Lc 14, 1-6



    San Pablo no tiene temor de abrir su corazón, de explayar su sentir con toda sinceridad, sin doblez alguna, con esta expresión: “Mi conciencia me atestigua, con la luz del Espíritu Santo, que tengo una infinita tristeza y un dolor incesante tortura mi corazón”. Pero ¿por qué se siente así? Debido a la reacción del pueblo ante Jesús, de no reconocer a Jesús después de todo lo que ha hecho por ellos.


    Desafortunadamente hoy en día esta actitud sigue en pie, no ha cambiado del todo. En la actualidad está en juego la aceptación de Jesús, y ya no únicamente la aceptación teórica o histórica, sino sobre todo la vivencial. En este tiempo se vive una encrucijada donde uno erigirá ser de los suyos o no.


    Por fortuna, el amor de Jesús, que lo ha llevado a donar su vida por nosotros, no deja indiferente a nadie. Su presencia constante entre nosotros y su mensaje pone de manifiesto si seremos capaces de vivir con las exigencias que nos pide. Por ese motivo es importante tener una buena actitud, ser sinceros y verídicos ante Él.


    Es cierto, nuestra vida tiene diferentes momentos; no siempre es posible vivir en la clarividencia del ser discípulos y de la fidelidad al Señor. Lo que importa aquí es, aún en el pesar del tira y afloja del vivir cotidiano, saber permanecer anclados en el amor de Jesús. 


    Como bien diría Ibn Arabí: “Aquel que padece una enfermedad llamada Jesús, ya no se curará jamás”. Que Jesús sea una “enfermedad incurable” en nuestra vida, es una gran fortuna, puesto que se convertirá en fuente de salud para la que no hay ningún remedio más que confiar en Él.


    Una vez más el Maestro se muestra sabio, sagaz: Él sabe preguntar, sin embargo, los otros no saben que decir, se quedan callados. Mientras los hombres (fariseos) siguen anclados al mero cumplimiento de la Ley, Jesús está más enfocado en el hombre, en su bien; mientras unos no buscan ayudar al prójimo por el temor del que dirán, Cristo se desvive por restablecer en él la dignidad que le ha sido arrebatada.


    A Jesús nunca le preocupó que la gente hablara de Él, que lo criticara por hacer el bien el sábado. No permitía que aquellas actitudes lo frenaran, todo lo contrario, elegía sanar, curar a aquellos que lo necesitaban. Cristo conoce y sabe cuáles son sus prioridades: ayudar, liberar, levantar al que ha caído, desenmascarar la hipocresía de los fariseos.


    Cuando Jesús les dice, “si alguno de ustedes se le cae en un pozo su burro o su buey, ¿no lo sacan enseguida, aunque sea sábado?”, quiere dejar en manifiesto la dualidad del hombre. Dios no quiere que tengamos una actitud farisaica en nuestra vida, obrando para beneficio personal cuando nos conviene y en otros casos ser radicales y conservadores, sin ver la necesidad del hermano. 


    A san Pablo le dolía ver la actitud de los suyos que no creían del todo en Jesús y en lo que hizo; a Cristo le dolía ver como los fariseos no buscaban el bien mayor reflejado en la ayuda al prójimo. Tengamos cuidado nosotros, no vaya a ser que nos encontremos en alguno de estos casos, donde, ni terminamos de convencernos de todo lo que el Señor hace por nosotros, ni optamos por ayudar a los demás cuando más lo necesiten. 


    Dios conoce nuestros corazones. Él sabe lo que nos hace falta para poder creer plenamente en su Palabra y para poder ayudar al hermano cuando lo necesita. Pidámosle al Señor que nos conceda un corazón capaz de configurarse día con día al de su Hijo muy amado.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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