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"Dios se hace cercano"

 Sábado XXXII semana Tiempo Ordinario


Sb 18, 14-16; 19, 6-9

Sal 104

Lc 18, 1-8



    El día de hoy, la primera lectura está tomada de dos capítulos distintos. Por un lado (la primera parte), está situado en aquella noche donde el pueblo judío salió de Egipto, donde murieron todos los primogénitos de los egipcios; por otra parte (la segunda parte), nos recuerda el paso del pueblo por el mar Rojo, manifestando los grandes prodigios que Dios tenía para aquella nación santa.


    Todos nosotros, cristianos, al recordar la liberación de los israelitas de la esclavitud del Faraón, no podemos evitar llenarnos de alegría, gozarnos por ver cómo Dios sigue liberando a sus hijos de toda atadura y así puedan vivir en la libertad.


    Es muy claro el mensaje de justicia que hoy se ofrece a cada individuo. Dios sigue interviniendo en la historia del hombre, rompe el silencio de la opresión y de la injusticia. Para Él todo es posible: desde el manifestarse en una zarza ardiendo, hasta modificar la naturaleza (abrir las aguas del mar Rojo).


    Dios nos quiere libres. Por ello, aquí y ahora, Él sigue manifestando su poder en medio de su pueblo; continúa mostrando su amor por todos nosotros, para que, siendo liberados de la esclavitud, podamos seguirlo fielmente, dejándonos conducir por su sabiduría. Y ¿cómo podría ser esto posible? Jesús nos da la respuesta en el Evangelio: “Oren siempre sin desfallecer”.


    La oración, no sólo consiste en dialogar con Dios, sino que, a la vez, va transformando nuestra propia persona, nos llena de luz, nos libera, y así podemos ser capaces de dejar obrar al Señor en nuestra vida.


    Por ejemplo: dos personas que están enamorados y sostienen una relación de noviazgo. ¿Hace falta decirles que tienen que verse todos los días? ¿Les tenemos que decir qué deben frecuentarse? ¿Tendrán necesidad de que les digan qué decirse o qué mandarse por mensajes? Sabemos de sobra que no es necesario darles esa indicación. Ellos, por el amor que sienten, por su deseo de estar con la otra persona, irá a buscarla, se hablaran, se frecuentaran. Pues de esa misma manera tienen que resonar las palabras del Evangelio que hoy hemos meditado, sobre la necesidad de “orar siempre y sin desfallecer”.


    Todos los cristianos queremos vivir una historia de amor con Jesús. Desde el momento en el que el Señor se entregó por nosotros en la cruz, nos dejo muy en claro cuánto nos ama. Desde ese momento, diría San Agustín, “nuestro corazón está inquieto y no descansará hasta que repose en Él”, hasta que lo amemos con todo nuestro ser.


    Nuestro amor a Dios debe de cultivarse. ¿Y cómo lograr esto? Por medio de la oración, es decir, escuchándole y hablándole todos los días, manteniendo un continuo diálogo con Él. Esta oración se hace de manera espontánea, ya que brota de lo más profundo de nuestro corazón y nos hace presentarnos al Señor tal cual somos.


    Sin fe, imposible; con fe, ningún problema. Para orar al Señor se necesita fe, ya que es ésta la que aumenta nuestras ganas de orar. Debemos creer para orar y así encontrarnos con Dios y corresponder a su amor.


    Orar, no sólo se trata de una cosa mental, sino más bien se trata de amistad, de estar en la intimidad con Aquel que sabemos que nos ama. Por eso es importante “orar siempre y sin desfallecer”. Confiemos en que nuestra oración es escuchada por Dios, puesto que Él se sigue haciendo presente en nuestra historia personal y nos sigue manifestando lo mucho que nos ama.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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