Miércoles de la XXXIV semana Tiempo Ordinario
Dn 5, 1-6. 13-14. 16-17. 23-28
Dn 3
Lc 21, 12-19
El día de hoy, la liturgia de la Palabra nos presenta un mismo tema en dos aspectos que se complementan: por una parte, contemplamos a un hombre “alcanzado por la justicia de Dios” y, por otro, a muchos creyentes-seguidores que serán “perseguidos por las injusticias de los hombres”.
En un primer momento, podemos contemplas al rey Baltasar, el cual es imagen viva de aquel hombre engrandecido por su propia soberbia, por el gran poder y dominio que posee, por la dicha y felicidad que puede darse (banquetes, placeres, vicios, lujos, etc.). Pero, sobre todo, el deseo de manifestar ante sus invitados que no respeta a ninguna autoridad ni teme a Dios (de ahí que mande traer las copas del templo de Jerusalén).
Este hombre, engreído y envidioso, se ve obligado a darse cuenta de cómo un poder intruso (una mano que comienza a escribir en la pared) se inmiscuye en su palacio. Al contemplar esa imagen, Baltasar queda expuesto y, lleno de temor, descubre una verdad que le resulta espantosamente amarga: él no es Dios.
En esta historia podemos descubrir dos cosas: una mala noticia para aquellos que contemplan a Dios como cualquier cosa, creyéndose superior a Él, sucumbiendo en la trampa de su propia soberbia y altanería. En cambio, aquellos que contemplamos a Dios como la fuente de la gracia, un Padre amoroso, un buen amigo que nos acompaña, es una grata noticia, puesto que descubrimos la cercanía del Señor en nuestras vidas.
Vivir fuera del amor de Dios, una vida disoluta, vivir en los excesos del pecado, se paga, tarde o temprano. Ante el Señor, el orgullo, el prejuicio y la soberbia, no valen nada. Aquellas atrocidades cometidas por el rey y sus invitados no pueden terminar bien. Por ello, este pasaje bíblico, nos debe de llevarnos a reflexionar sobre cómo estamos viviendo nuestro ser de hijos de Dios.
Por otra parte, la otra cara de la moneda es la de la persecución. Esto, en una primera instancia parece absurdo: un buen cristiano, un sublime creyente, un excelente hijo de Dios, ¿por qué habría de ser perseguido? ¿Por qué tendría que ser atacado o injuriado, si lo único que ha hecho es ser bueno?
Hemos de ser honestos: la bondad que surge en el hombre, por la gracia de Dios, es un estorbo a la manera de vivir del mundo, a las ideologías que actualmente se manejan, a lo que caracteriza al mundo, dejando en evidencia las huellas del pecado que cohabita en cada uno de los que están lejos de Dios.
Sin embargo, no podemos decir que la persecución signifique una disminución de la calidad de nuestro ser cristiano. Al contrario, el ser perseguido y calumniado le da mucha más fuerza a nuestra predicación. Aunque seamos juzgados en apariencia, somos nosotros los que manifestamos el juicio contra la injusticia del mundo.
Por ese motivo, el llamado final de hoy será el de la perseverancia. No debemos de tirar la toalla por el aparente fracaso que significa ser perseguidos por predicar le Buena Nueva, vernos traicionados de aquellos que decimos ser nuestros amigos, de saber que se nos rechazará y juzgará injustamente. La perseverancia nos hace ir más allá de todo esto. Perseverar es confiar, “es mantenerse firme para conseguir la vida”.
Ahora bien, nos atañe a nosotros elegir de que lado de la moneda queremos estar: en aquellos que por su propio obrar se perderán, o aquellos que perdiendo la vida por el Señor y su Evangelio la encontrarán. Tú decides.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Comentarios
Publicar un comentario