Viernes de la XXXIV semana Tiempo Ordinario
Dn 7, 2-14
Dn 3
Lc 21, 29-33
El día de hoy nos cambia el panorama respecto a lo que veníamos contemplando los días anteriores. En días pasados, veíamos como Daniel interpretaba diferentes sueños, como salía intacto de entre los leones, como al alimentarse de legumbres por diez días logró estar en mejor forma de los vasallos del rey. En esta ocasión, Daniel tiene una “visión nocturna”, la cual está llena de simbolismos.
La cuatro figuras-animales que Daniel contempla en su visión hace una descripción de aquellos imperios que sucederán al actual: el de los babilonios, el de los medos, el de los persas y finalmente el griego. También al final se detiene a contemplar el Reinado de Antíoco, el cual describe como el más cruel y feroz que había existido.
Ahora bien, esto no es lo central de la visión del Profeta, sino más bien la del trono de Dios, el cual, reinará para siempre y miles y miles de seres lo aclamaran. Al finalizar está visión, Daniel nos presenta “a alguien semejante a un hijo de hombre, que venía entre las nubes del cielo… Él recibirá la soberanía, la gloria… su poder nunca se acabará y su reinado jamás será destruido”. Esta es una visión claramente enfocada a Jesucristo. De hecho, este seudónimo, “Hijo de hombre”, Jesús lo emplea muchas veces para Él mismo.
Es así como la lectura del profeta Daniel nos ayudará a situarnos con actitud y tener una mirada profética hacia el futuro, al final de los tiempos, hacia aquel reinado universal y definitivo de Jesucristo, el Señor. Estamos terminando el año litúrgico y debemos hacerlo teniendo la mirada fija en Jesús, aquel que le sigue dando un sentido a toda nuestra vida.
Ciertamente que Jesús inauguró ya hace dos mil años el Reino de Dios. Sin embargo, aún no está maduro del todo y no ha alcanzado su plenitud. De hecho, esta es una tarea que le ha encomendado a su Iglesia, para que la siga realizando, por medio del Espíritu, en medio del mundo. Así como el árbol tiene en su interior la savia y recibe de la tierra su alimento, produciendo a su tiempo brotes, después hojas, luego flores y por último su fruto, así la Iglesia debe de ir instaurando el Reino de Dios en medio de la sociedad.
Aquí no es necesario pensar inminentemente en el fin del mundo. La historia nos ha mostrado que cayó Jerusalén, que cayó el imperio de Roma, cayó el ejercito nazi. Muchos imperios e ideologías han llegado a su fin. En cambio, la Iglesia, aquellos testigos del Señor, siguen. Generación tras generación siguen trasmitiendo los valores de la Iglesia al mundo, continuamos con la misión de llevar la Buena Nueva por todas partes. La Iglesia es el árbol que da frutos y alimentos para que todos se alimenten de ella.
No olvidemos permanecer vigilantes. El tiempo del adviento, que estamos por comenzar, nos advierte que estemos atentos a la venida del Señor. Permitamos que nuestra vida sea un “kairos”, un tiempo de Dios, en donde su gracia y amor nos ayude a permanecer fieles y perseverantes hasta el final.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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