Viernes de la XXXIII semana Tiempo Ordinario
I M 4, 36-37. 52-59
I Cro 29
Lc 19, 45-48
Sin el templo, los judíos sentían que no eran nada, puesto que toda su identidad (la de haber sido elegido por Dios como pueblo santo) se encontraba en el templo. De hecho, todo giraba en torno a él. Por eso, después de todos los destrozos que había sufrido, el pueblo de Israel se dedicará de lleno a su restauración. Ahora bien, no solo se trataba de restaurar el edificio físicamente, sino todo lo que esto significaba: volver a llevar a cabo sus celebraciones, devolverle la gloria que le pertenece, propiciar que fuera de nuevo un lugar de adoración y oración. En pocas palabras: que fuera el sitio de la presencia de Dios en medio de su pueblo.
Para la mentalidad judía supuso una gran alegría la reconstrucción y consagración del templo, el cual había sido profanado y destruido por los gentiles. Evidentemente se llenaron de inmensa felicidad, puesto que el templo era el símbolo de la presencia de Dios. Pero ¿sabes algo? Está bien que los judíos hayan reconstruido el templo, que lo hayan embellecido y darle la dignidad que le corresponde, pero, mucho más importante que la estructura del edificio vendrá a ser todo lo bueno que los creyentes realicen en él: el adorar, alabar y orar a Dios, Padre; el ofrecer sacrificios para su purificación; el mantener una comunidad con el Señor y los hermanos.
Es cierto, nuestros templos deben de propiciar el encuentro con el Señor. Por ello se busca crear en ellos una atmósfera que propicie ese encuentro. No debemos de preocuparnos tanto por la estructura física (aunque esto sea importante), sino más que nada lo fundamental será que en él se propicie una relación de amor con Dios y los hermanos. Si el templo deja de cumplir con esta función, se corrompe y pierde todo su sentido.
De hecho, fue lo que sucedió en el tiempo de Jesús, y que el evangelista San Lucas no tardó en denuncia en el Evangelio que hoy hemos meditado: “Mi casa es casa de oración; pero ustedes la han convertido en cuevas de ladrones”.
¡Qué poca memoria tiene el pueblo de Israel! No habían pasado ni doscientos años de la reconstrucción del templo y ya lo había convertido en un lugar de perversión, en “cuevas de bandidos”. Lo mismo sucedió cuando Dios, por medio de Moisés, liberó al pueblo de la esclavitud del Faraón. Lo mismo sucede en nuestro tiempo: le hemos perdido el sentido a nuestros templos. Ya no somos capaces de crear una atmósfera de oración, de encuentro con el Señor, sino que lo hemos convertido en un lugar más, donde si me suena el teléfono, no pasa nada, en donde si quiero masco chicle, que prefiero estar platicando con mi amigo que estar celebrando con dignidad la Santa Eucaristía.
Tal vez puedes pensar: “que anticuado es el padre; los tiempos han cambiado, ya no es como antes”. Y sabes que, te doy la razón. Pero créeme, todo lo que haces en el templo (que no deberías) lo puedes hacer en cualquier otro lugar. Si quieres estar platicando o hablando por teléfono, lo puedes hacer desde fuera del mismo; si quieres mascar chicle, lo puedes hacer al terminar la celebración litúrgica; si quieres platicar con tu amigo, lo puedes hacer al termino de la Misa. Sí, hay cosas que han cambiado, pero hay otras que no. El templo ya no puede seguir siendo considerado como un “club social”, sino que hemos de regresarle la dignidad que le pertenece.
Estuvo bien que Jesús les hablara así a los de su tiempo, y también está estupendo que nos siga hablando con la misma fuerza a nosotros. Sin duda alguna las palabras del Maestro siguen encandilando y entusiasmando a sus oyentes: “el pueblo entero estaba pendiente de sus palabras”. Desafortunadamente, hay personas, como las autoridades de su tiempo, que tienen un corazón de piedra, puesto que “buscaban una razón para matarlo”.
Sería bueno que nos preguntaremos: ¿le damos el respeto y dignidad al templo? ¿Vemos el templo como un lugar propicio para el encuentro con el Señor por medio de la oración, de la contemplación o meditación, o, por el contrario, lo veo como una simple estructura en donde puede hacer y decir lo que me de la gana?
Que el Señor nos conceda hacer del templo “una casa de oración” y no “una cueva de bandidos”.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Comentarios
Publicar un comentario