Tiempo de Adviento: 21 de Diciembre
(ferias mayores)
Ct 2, 8-14
Sal 32
Lc 1, 39-45
¿Cómo expresar lo que un corazón enamorado es capaz de sentir? ¿Cómo demostrar el gran amor que podemos llegar a sentir por alguien? En ocasiones, son las palabras las que nos pueden ayudar a manifestar este gran amor. ¿Por qué digo esto? Fácil de explicar: ¿quién de nosotros no se ha estremecido al leer un libro y que en este nos vaya redactando una bella historia de amor? ¿A quién no se le ha exaltado el corazón al meditar una cita bíblica o alguna frase celebre de algún autor? Pues eso mismo es lo que nos quiere trasmitir el pasaje que el día de hoy hemos meditado en la primera lectura.
El Señor viene como un verdadero amante, como un loco enamorado dispuesto a demostrar su amor a todos sus hijos. Él es el que toma la iniciativa: sale a nuestro encuentro, nos cautiva con su voz, se acerca a cada uno de nosotros, nos mira con amor, nos busca, nos anhela, nos espera. Nunca invadirá nuestra libertad, ni mucho menos nos obligará. Él está ahí, en la ventana de nuestra vida, esperando a que le abramos la puerta del corazón, que le permitamos entrar al hogar y así llenarlo de su luz. El Señor está aquí y nos sigue invitando a ponernos de pie a todos aquellos que muchas veces nos hemos sentido desganados o que hemos perdido la esperanza.
Es su palabra llena de amor la que me levanta, la que me hace darme cuenta de que esta vida merece ser vivida; es el amor lo que nos hace regresar nuestra mirada a Él, devolviendo en nosotros la esperanza que muchas veces hemos perdido. ¡Qué bien nos hace escuchar esas palabras del Señor para salir de nuestro desanimo! ¡Qué estupendo es saberme y sentido amado por el Señor!
Todos nosotros necesitamos escuchar la voz del Señor llena de amor. De hecho, en este momento, nuestra misión es comunicar a cada una de las personas que están a nuestro alrededor, lo hermoso y maravilloso que es sentirse y saberse amado por Dios; y no sólo decirlo, sino demostrarlo a través de nuestros gestos: alguna sonrisa, algún abrazo, un beso, una visita, etc.
Vivimos tiempos difíciles en donde nos encontramos con demasiadas vidas que han caído o están a punto de caer. Vidas perdidas, empobrecidas, abandonadas, desanimadas, desesperanzadas, maltratadas, sufridas, etc. Estoy seguro de que conoces a alguien así. De hecho, puedo garantizar que al leer esto, le pondrás un rostro o un nombre. Pues a esas personas es a las que les tenemos que hablarles del amor, de Aquel Amado que viene a nosotros.
Pues María es la que, impulsada por el amor de Dios, se pone de camino, presurosa, hacia el encuentro de quién más la necesita. En Santa Isabel estamos todos reflejados. Somos nosotros los que necesitamos que la “llena de gracia” nos instruya, nos enseñe cómo hemos de responder al amor del Padre, como permitirle al Espíritu Santo morar en nosotros y transformar nuestra vida toda desde el amor.
Cada día nos levantamos y nos ponemos de pie para llevar a cabo nuestro jornal. ¿Hacia dónde vamos? ¿Hacia quiénes estamos dirigiendo nuestros pasos? ¿Qué es lo que hay en mi corazón que puedo compartir con los demás? ¿Somos capaces de reconocer el amor de Dios que está latiendo en nuestro ser?
Cada vez está más cerca la Navidad. Dejemos que este día nos visite el Señor con su gran amor. Que la alegría de María nos ayude a reconocer la presencia del Señor en medio de nuestra realidad y que esa misma presencia de su amor nos haga salta de gozo para ponernos en marcha hacia el encuentro de aquellos necesitados que desean sentir el amor del Padre.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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