Jueves I semana Tiempo Ordinario
Sm 4, 1-11
Sal 43
Mc 1, 40-45
Tenemos que reconocer algo: a los que decimos ser seguidores de Jesucristo nos resulta un poco extraño aceptar algunos textos bíblicos. Esto lo podemos experimentar el día de hoy al meditar la primera lectura del primer libro de Samuel.
En un primer momento podría sorprendernos que el pueblo de Israel entable una guerra contra los filisteos. Y no solo eso, sino que decidieran involucrar al Señor (por medio del Arca de la Alianza) en ese combate. Incluso, para sorpresa de muchos, no podríamos imaginar cómo pudo ser posible que los filisteos le proporcionaran aquella “derrota desastrosa” a Israel.
No obstante, algunas lecciones podemos sacar de este acontecimiento. Hemos de darnos cuenta que, tener a Dios de nuestro lado, no significa que todo va a salir de maravilla en nuestra vida, que todo concurrirá en santa paz. En nuestra existencia hay muchos caminos que nos pueden apartar del Señor, muchas corrientes distintas al pensamiento de Dios. Y Él respeta lo que nosotros elijamos.
Un claro ejemplo lo podemos contemplar en Jesucristo. Su unión era total con su Padre. Dios estaba a favor de su Hijo, pero permitió que las fuerzas del mal, “el poder de las tinieblas” (cfr. Col 1, 13), derrotaran a Jesús por medio de su muerte en la cruz. Aunque el Padre permaneció siempre con Él, no permitió que el mal venciera al bien, que el amor derrotará al amor, sino que al tercer día lo resucitó. La Luz venció a las tinieblas.
Lo mismo nos puede suceder a nosotros: queremos estar en pos de Él, cumplir en todo la voluntad del Padre, saber que no nos deja solos. Sin embargo, sabemos que eso no es garantía de que todo va a salir bien en la vida. En muchas ocasiones la fuerza del mal nos puede vencer parcialmente. No obstante, Dios está ahí para darnos ánimos, para levantarnos, para seguir adelante. Tenemos que aprender mucho de nuestras derrotas.
Jesús nos ha prometido que las fuerzas del mal serían vencidas para siempre. Por ello, no dejes de luchar ante tus aparentes derrotas. No dejes de insistir en el combate contra el maligno. No dejes de insistir, de perseverar, la siguiente oportunidad es la que puede ser la determinante, la que te de la victoria.
Lo mismo que el leproso le dijo a Jesús, lo tenemos que repetir nosotros: “Si tú quieres, puedes curarme”. Si tú quieres puedo salir adelante, vencer en mis luchas diarias, en aquellas guerras que creo que sobre pasan mis fuerzas. Si tú lo quieres, Señor, puedo perseverar hasta el final.
El leproso estaba convencido de dos cosas: que Jesucristo tiene el poder para curarlos y que su misericordia es eterna, puesto que Él ha venido a aliviar nuestros dolores, a perdonar nuestros pecados, a sanar nuestras heridas. Créeme: ante las peticiones, Jesús no se resiste. Todo lo contrario, Él nos dice: “Quiero, queda limpio”.
¿Cómo lograr experimentar la cercanía de Dios en nuestras luchas cotidianas? ¿Cómo estar seguros de que Él nos ayuda a levantarnos de nuestras derrotas? ¿Cómo logro sentir la grandeza de Dios que me dice, “Sí quiero: sana”? Hoy puede ser un buen día para reflexionar el cómo el Señor se hace presente en mi diario vivir.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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