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"Sálvame, Señor"

 Sábado III semana Tiempo Ordinario


II Sm 12, 1-7a. 10-17

Sal 50

Mc 4, 35-41



    “Después de la tormenta, viene la calma”. Después del pecado, viene el arrepentimiento.


    El Salmo 50 que hemos meditado el día de hoy, el “miserere”, es una oración que brota de un hombre arrepentido al reconocer el pecado que ha cometido. En él, el Autor Sagrado, nos deja contemplar la acción de un pecador que se reconoce como tal. Pero no solo eso, sino que pide a Dios le conceda un nuevo corazón.


    Este Salmo, podríamos decir, resume los sentimientos de tantas personas que, a lo largo de la historia de la humanidad, han experimentado la debilidad en carne propia, que han caído en la trampa del maligno, que no han hecho lo grato a los ojos de Dios. Pero, del mismo modo, es capaz de reconocer esa fragilidad y decide volver confiadamente a las fuentes del amor y misericordia del Señor.


    Al igual que el rey David, también nosotros somos frágiles, también nosotros le hemos fallado al Señor con nuestro pecado. ¿Reconozco que soy pecador? ¿Soy consciente de todo aquello que realizo qué va en contra de la voluntad de Dios? ¿Me percato de todas las ocasiones en las que me encuentro inmiscuido en el pecado?


    Al igual que los discípulos, en el Evangelio, podemos encontrarnos en medio de la tempestad, como un signo de crisis, de rebeldía ante Dios. Recordemos que el mar, en sentido bíblico, es un lugar de peligro y lugar del maligno. 


    También nosotros hemos experimentado en nuestra vida la tribulación, ver cómo las olas chocan contra nuestra barca (vida). En nuestra vida diaria tenemos que remar contra fuentes corrientes. Y en ocasiones nos da la impresión de que nos vamos a hundir, pareciendo que el Señor brilla por su ausencia.


    ¿En quién estamos depositando nuestra confianza? ¿Cómo me percato de la presencia del Señor en mi vida? Porque parecería que Dios, en los momentos más duros y difíciles de nuestra existencia, desaparece (o duerme). No terminamos de confiar en Él, incluso creemos que todo está perdido. Pero no es así. Esos son los momentos más oportunos que el Señor tiene para mostrarnos su poder. Si hemos caído, Él nos levantará; si parece que ya no podemos más, Él nos dará su fuerza para continua; si creemos que todo está perdido, Él nos devolverá la esperanza para seguir hasta el final.


    Créeme: a Jesús si le importa tu barca (tu vida). A Él le interesa que no te hundas, de que no caigas en la tentación del miedo, del pesimismo, de la indiferencia. Recuerda que es Cristo el que vence, el que ha derrotado para siempre al maligno. Con Jesús nos llega la salvación de Dios. El miedo o la inseguridad no deben paralizar nuestra vida, sino más bien nos debe de llevar a ser como Pedro: “Señor, sálvame, que me hundo” (cfr. Mt 14, 30).


    Ciertamente todos tenemos caídas, momentos de crisis, pero nunca estamos solos. Dios está con nosotros. “Y si el Señor está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra? Con Dios, fácilmente vencemos a todo” (cfr. Rm 8, 35-39). Comencemos a confiar en el Señor, que está ahí para salvarnos.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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