Miércoles VI semana Tiempo Ordinario
St 1, 19-27
Sal 137
Mc 8, 22-26
El día de hoy, a través de un milagro, el Maestro nos habla del proceso de la fe. Muchas personas piensan que la conversión es algo que sucede de manera instantánea, de la noche a la mañana. Y no solo eso, sino que también se piensa que es da para siempre. No obstante, la conversión es un proceso que se inicia cuando uno se encuentra con Jesús y que, en la medida que permanezcamos junto a Él, irá progresando y perfeccionando a la persona.
La curación del ciego, en dos etapas, nos manifiesta que no siempre la fe es una virtud que se ilumina de manera instantánea, sino que, con frecuencia, requiere un itinerario que nos acerque a la Luz y nos haga ver con claridad.
El primer paso de la fe, el cual es un comenzar a ver la realidad a la luz del Señor, ya viene a ser para nosotros un motivo de alegría. Como lo dice al gran santo de Hipona: “Una vez sanados los ojos, ¿qué podemos tener de más valor, hermanos? Gozan los que ven esta luz que ha sido hecho, la que refulge desde el cielo o la que procede de una antorcha. ¡Y cuán desgraciados se sienten los que no pueden verla!”.
A Jesús le han presentado un ciego y Él lo ha sacado del pueblo. ¿Qué significa esto? El Maestro nos indica con este gesto que es importante escuchar la Palabra de Dios para poder descubrir la fe y la verdad en Dios; que debemos de salir de nosotros mismos, de aquellos espacios ruidosos que nos ahogan y deslumbran en nuestra vida; que es necesario buscar estar a solas con el Señor para escucharlo y así pueda Él devolvernos la vista que nuestra ceguera espiritual ha causado en nuestra fe.
Esta curación de Jesús ilumina muy bien el progreso de nuestra fe, de nuestra conversión. Cuando uno se encuentra lejos de Dios, somos como el ciego: no somos capaces de ver la realidad y, por ende, dependemos de los demás y, con mucha frecuencia, tropezamos en nuestro caminar. Sin embargo, al encontrarnos con el Señor, llegará el momento en que todo lo podamos ver con claridad y el camino de la vida será más sencillo de ser recorrido.
Ahora bien, un elemento de suma importancia en nuestro camino de conversión, en el progreso de nuestra fe, vendrá a ser la escucha, como nos lo ha dicho Santiago: “Que cada uno sea pronto para escuchar y lento para hablar, lento para enojarse”. Con esto, el Autor Sagrado no pretende más que revelarnos que es necesario un corazón pacificador, el cual será capaz de acoger la Palabra que el Sembrador a depositado en nosotros.
¿Cómo saber si en nuestro corazón está esa Palabra? ¿Cómo percatarnos si esa Palabra puede salvarnos, devolvernos la vista? Si la ponemos en práctica. La Palabra, cuando es acogida, se encarna. Por ello, estamos llamados a hacerla visible en nosotros por nuestra manera de vivir, de hablar, de pensar.
Mucha gente se desanima al ver que no puede superar las adversidades del mundo, que tiran la toalla y dejan de luchar. Es necesario confiar en Dios, saber que la siguiente oportunidad es la buena. No olvides que la conversión es progresiva y que, día con día, vamos mejorando. Sigue luchando. Persevera: al final podrás ver los resultados. Te darás cuenta de que ya no eres el mismo de antes. Sólo permítele a Dios obrar en ti. ¿Cómo es esto? Escuchando su Palabra y poniéndola en práctica.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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