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"¿Pecaste? Dios te perdona"

 Viernes V semana Tiempo Ordinario


I R 11, 29-32; 12, 19

Sal 80

Mc 7, 31-37



    Tarde o temprano debemos pagar las consecuencias de nuestros fallos y de nuestro pecado. Recordemos que Salomón había faltado gravemente al Señor, yendo en contra del primer mandamiento, y comenzó a adorar dioses extraños. Hoy, al meditar la primera lectura, nos encontramos con las consecuencias de sus actos: un reino que será dividido, dejando para Salomón y su descendencia únicamente lo correspondiente a una tribu.


    Nosotros también debemos de tener cuidado con nuestra manera de obrar. Tal vez, en ocasiones, caemos en ciertas infidelidades que nos hacen apartarnos de la Alianza que Dios ha realizado con nosotros.


    Probablemente seas de los que piensan: “Es imposible no pecar”, “¿Quién es perfecto para nunca desviarse de los caminos de Dios?”, “Todo mundo tiene caídas: ¿por qué yo no?”, etc. Es verdad: todos caemos. Y así como todos caemos tenemos que asumir las consecuencias de nuestros actos.


    Siguiendo esta línea de fragilidad, lo importante no es quedarnos con esa mentalidad conformista de sabernos pecadores, de pensar que constantemente caeremos en las tentaciones. Tenemos que ir más allá, tener un pensamiento más optimista. Es cierto, caeremos, pero también es verdad que ante nuestras caídas nos levantamos. Nuestro pecado tiene consecuencias, y las tenemos que asumir. Pero el Señor nos sigue motivando, impulsando a seguir adelante, a volver intentar realizar bien las cosas.


    Aunque el evangelista Marcos no nos diga en el Evangelio si el hombre sordo y tartamudo había pecado o no, en el pueblo judío se tenía la mentalidad de que, a consecuencia de su pecado o el de sus padres, padecía aquella incapacidad. La comunidad pensaba que aquel hombre era una persona que había cometido una falta grave a los ojos de Dios.


    Partiendo de esa mentalidad y creyendo que así fue (que sabemos que no lo es), Jesús nos dará siempre una oportunidad para reivindicar nuestro camino. Supongamos que ese hombre sí pecó y quedó sordo y tartamudo como consecuencia de su pecado. ¿El Maestro lo abandonó en su dolor y sufrimiento? ¿El Señor pasó de largo la petición que le hacían para aquella persona? Por supuesto que no. Todo lo contrario, le devuelve la vista y la capacidad de escuchar.


    Lo mismo Dios quiere para nosotros. Aunque es verdad que nos resulta complicado mantenernos siempre en gracia, el Señor quiere ayudarnos, y para ello abre los ojos y los oídos del corazón para poder conducir nuestra vida por sus caminos.


    Así como la curación del sordo-tartamudo provocó reacciones muy buenas en la comunidad, diciendo de Jesús, “todo lo hace bien”, también nosotros debemos de alabar al Señor por todo cuanto hace por nosotros.


    No todo está perdido: aunque sabemos de nuestra fragilidad, de lo débil que somos ante la situación de pecado, Dios no nos dejará solos nunca. Él va con nosotros: nos levanta de nuestras caídas, nos perdona y nos da su gracia para seguir adelante. Como en el Evangelio, Jesús desea curar nuestra sordera y tartamudez espiritual, la cual, lo único que está haciendo, es fracturar nuestra amistad con el Señor.


    El amor de Dios es mucho más grande que cualquier pecado que podamos cometer. Por ello, no tengas miedo de volver a Él. Todos somos pecadores, todos hemos caído, pero el Señor está ahí para levantarnos, para salvarnos. Permitamos que su gracia nos sostenga en nuestro diario caminar y que su misericordia nos haga experimentar el gran amor que Él nos tiene.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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