Miércoles V semana Tiempo Ordinario
I R 10, 1-10
Sal 36
Mc 7, 14-23
La antropología humana nos dice que, comer y vivir, son dos realidades innatas en la existencia del hombre, ya que, si no se come, no se puede vivir. Con esto, nos damos cuenta de que el alimento, además de ser sumamente importante, es necesario en la humanidad.
Partiendo de este punto, podemos decir lo mismo con referencia al conocimiento. Así como el hombre tiene hambre de alimento, del mismo modo tiene hambre de conocimiento. Pues esto lo entendió perfectamente Salomón. Cuando el Señor se le aparece en sueños y le dice, “pídeme lo que quieras que te conceda”, el rey pidió: “Te pido, Señor que me concedas sabiduría para que yo pueda gobernar bien a tu pueblo y poder discernir entre el bien y el mal” (Cfr. II Cro 1, 9).
Bien lo dice el libro de los proverbios: “Más vale adquirir sabiduría que oro; más vale adquirir inteligencia que plata” (Pro 16, 16). ¿Por qué la sabiduría es importante en la vida del hombre? Pues porque le ayudará a poner límites a su vida. Por ejemplo, siguiendo la línea de los alimentos: una persona que padece de diabetes, si ella quiere tener una mejor calidad de vida, debe de evitar el exceso de glucosa en su organismo; aquellos que son hipertensos, debe de cuidarse de los alimentos excesivos en grasa.
Ahora bien, el corazón del hombre se muestra, una vez más, como el lugar de la verdad, como el centro de la misma persona, como el espacio privilegiado donde el conocimiento que adquirimos se convierte en causa del bien y de vida o, por el contrario, se convierte en mal y muerte. ¿Cómo estamos cuidando nuestro corazón? ¿Cómo lo protegemos de todo aquello que lo está envenenando o carcomiendo?
De cierta manera todos queremos llegar a la perfección, no cometer ningún error en la vida. Pues los fariseos habían caído en eso. Tanto anhelaban ser perfectos que, por escrúpulos, pierden de vista lo importante que son las actitudes interiores, aquellas que le dan sentido a los actos exteriores. Por ello, la preocupación principal del hombre debería de ser su pureza interior, el cuidar su corazón, ya que de él salen todas las intenciones, sean buenas o sean malas.
Cuidemos nuestro corazón. No permitamos que los malos deseos, las pasiones, los desenfrenos, etc., nos aparten del camino que nos conducen a la salvación. Bien dicen que cada día es una nueva oportunidad que tenemos para ser mejores, de ir enraizando en nuestra vida los deseos de Dios. pongamos nuestra vida en sus manos, para que, sostenidos por la sabiduría divina, podamos apartarnos del mal y conducir nuestra vida por el camino del bien.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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