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"Una entrega generosa"

 San Felipe de Jesús, Mártir

Fiesta 


Sb 3,1-9

Sal 123

Lc 9, 23-26



    Hoy, como Iglesia mexicana, celebramos la fiesta de San Felipe de Jesús, el primer santo mexicano y protomártir de nuestra nación. Su figura espiritual es para nosotros un modelo de seguimiento de Cristo, poniendo fielmente nuestra confianza en Él.


    San Felipe, dio un “sí” generoso al llamado que Dios le hizo: ingresó a la Orden de los Franciscanos en Filipinas, empezando su proceso de conversión. Durante su estadía en el convento, se entregó a la práctica asidua de la oración, a los estudios y a la ayuda caritativa de los hermanos enfermos y más necesitados.


    Un día le anunciaron que sería ordenado sacerdote en su ciudad natal, México. Una vez que embarcaron hacia la Nueva España, una tempestad condujo la embarcación hacia las costas de Japón, donde algunos frailes franciscanos desempeñaban su misión evangelizadora. Felipe se sintió feliz por ese cambio de destino, pues era consciente de que esa instancia le ayudaría a reforzar su “sí” al Señor.


    Sus esfuerzos dieron frutos abundantes en la evangelización de aquella región. Sin embargo, se desató la persecución contra los franciscanos y todos los evangelizadores de la zona. San Felipe tuvo la oportunidad de evitar la prisión y los tormentos, puesto que se consideraba náufrago. Pero rechazó esa oportunidad y decidió abrazar la cruz de Cristo: fue conducido por las principales ciudades para que se burlaran de él; sufrió pacientemente las torturas que se le hacían; finalmente, en Nagasaki, en compañía de otros 26 hombres, entregó su vida en la Cruz, suspendido por dos argollas y siendo atravesado por dos lanzas.


    San Felipe fue un hombre de fe, que decidió cumplir hasta el final la voluntad del Señor. En nuestro tiempo, necesitamos redescubrir el camino de la fe que nos lleve a encontrarnos con el Señor, que nos llene de alegría y entusiasmo, que nos haga ser testigos del Resucitado, de Aquel que es el único capaz de darnos la plenitud de la vida.


    Cuando un creyente se ve debilitado en su fe, por vivir en un ambiente mundano, cerrado a los valores trascendentales, es evidente que tienda a abandonar a su Iglesia, ya que no tiene ánimos o deseos por vivir conforme a la condición de hijo de Dios. Se encierra en sí mismo y no es capaz de abrirse al proyecto de Dios, al cumplimiento de su voluntad, dándole, así, la espalda y buscando su autosatisfacción. Sin embargo, el único que puede saciar nuestra sed, el hambre que hay en el corazón del hombre, es Dios.


    “Las almas de los justos están en las manos de Dios… por el sufrimiento, los probó como oro en el crisol… y los aceptó como holocausto agradable”. Así como el Señor sostuvo al San Felipe en su martirio. Así el Señor nos sostiene a nosotros, en nuestras adversidades, en nuestras luchas diarias. Nuestra vida toda está en las manos del Señor.


    En los momentos de prueba, es cuando Jesús nos permite vivir lo que Él nos dijo en el Evangelio: “Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, sino más bien, que tome su cruz y me siga… ya que el que pierda su vida por mi causa, ése la encontrará”. Nuestra vida, si está orientada hacia Dios y la ofrecemos como un holocausto agradable, nunca quedará infértil, sino que producirá muchos frutos.


    Animados por el ejemplo de San Felipe de Jesús, que dio testimonio de su fe hasta el extremo, entregando su vida, pidámosle al Señor que nos de la gracia de responder generosamente a su llamado y que ante las pruebas, permanezcamos fieles, puesto que “los que confían en el Señor comprenderán la verdad y los que son fieles a su amor permanecerán a su lado, porque Dios ama a sus elegidos y cuide de ellos”.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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