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"Amor hecho misericordia"

 Miércoles IV Tiempo de Cuaresma


Is 49, 8-15

Sal 144

Jn 5, 17-30



    Nos encontramos en el tiempo de Cuaresma, tiempo de la misericordia de Dios, tiempo de la salvación. Dios nos ha liberado de la esclavitud del pecado y nos hace retornar a Él con la alegría de quien siempre debió sentirse amado por el Padre, pues jamás se ha olvidado de nosotros.


    Dios es rico en misericordia y nunca nos trata como merecen nuestros pecados. Su amor no es “hoy sí, mañana no”. Dios está siempre a nuestro lado, dispuesto a levantarnos cuando caemos, a aliviarnos cuando el mal nos agobia. El Señor no es indiferente ante el dolor, ante el sufrimiento de sus hijos: Él está con nosotros.


    Aquellos que hemos puesto nuestra fe y confianza en el Señor, no sólo lo invocamos para que nos proteja o libere de todo mal, sino que le pedimos que nos ayude a comprometernos en su causa, que podamos seguir construyendo el Reino de justicia y de amor aquí en la tierra.


    Jesús nos pide que permanezcamos en su amor, para que, así como Él está en el Padre, así nosotros estemos con Él. “Dios quiere que todos los hombres se salven” (cfr. I Tm 2, 4) y para ello envió a su propio Hijo. Ciertamente no hay otro mediador por el cual podamos alcanzar la salvación.


    Dios le comunica su vida divina en plenitud a su Hijo, porque lo ama. Y por medio de Él nos comunica esa misma vida a nosotros, porque nos ama. Por eso, quien cree en Cristo, quien escucha su palabra y la pone en práctica, poseerá vida en abundancia.


    Tal vez el pecado ha destruido tanto nuestro corazón que se asemeja ya a los muertos. Pero el Señor, por el gran amor que nos tiene, quiere liberarnos y levantarnos de aquello que nos impide tener vida. Ojalá escuchemos la voz del Señor y no dejemos pasar las oportunidades que Dios nos ofrece para ser mejores, para crecer en santidad, para poseer la vida eterna.


    Dios nos quiere como hijos suyos. No desaprovechemos este tiempo de gracia que el Señor nos concede vivir. Volvamos a Él con un corazón humilde, arrepentido de todo aquello que nos ha alejado de su amor. Te aseguro que Dios siempre tendrá compasión de ti, pues Él es rico en misericordia y te ama infinitamente: “¿Puede acaso una madre (un Padre) olvidarse de su creatura hasta dejar de enternecerse por el hijo de sus entrañas? Aunque hubiera una madre (un Padre) que se olvidara, yo nunca me olvidaré del amor que te tengo”.


    Que el Señor nos conceda la gracia de vivir unidos plenamente a Jesucristo para poder hacer siempre lo que es grato a los ojos del Padre, haciendo el bien a todos con la misma bondad y amor con que Dios nos ha manifestado por medio de su Hijo Jesucristo.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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