San José
Esposo de la Santísima Virgen María
II S 7, 4-5a. 12-14a. 16
Sal 88
Rm 4, 13. 16-18. 22
Lc 2, 41-51
El día de hoy celebramos la solemnidad de San José, esposo de la Santísima Virgen María y patrono de la Iglesia universal. Recordemos que la Cuaresma es un camino de iluminación progresiva en la fe, es volver a ver los acontecimientos que nos rodean con los ojos de Dios. Y en esto, desde luego, tenemos a San José, verdadero Patriarca en la fe. José, apoyado en la esperanza, creyó e hizo lo que se le había mandado hacer.
Contemplamos en el Evangelio que “José hizo lo que el ángel del Señor le había mandado y recibió a María como su mujer”. Ya desde esta afirmación, podemos contemplar la misión que Dios le confía a San José, la de custodiar. Pero ¿a quién ha de custodiar? A María y Jesús. Custodia que se prolongará a toda la Iglesia. San Juan Pablo II nos dice al respecto: “Al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo” (RC 1).
San José ejerce su custodia con discreción, con humildad, desde el silencio. Su presencia es constante y su fidelidad es total, aun cuando no comprende la misión que se le ha encomendad. Desde el comienzo de su matrimonio con María, hasta el episodio donde Jesús se pierde en el Templo, acompaña en todo momento, con esmero y amor.
José permaneció siempre junto a María, su amada, tanto en los momentos serenos de la vida, como en los momentos de dificultad: en el viaje que tienen que hacer a Belén para el censo; en el momento de dolor y gozo del parto; en aquella huida a Egipto; en la afanosa búsqueda de su hijo en el Templo de Jerusalén; en una vida ordinaria, en Nazaret, en donde enseñaba el oficio de carpintero a su hijo Jesús.
José, constantemente, está en la sintonía de Dios, abierto a sus signos, disponible al proyecto que le presenta y no tanto a los suyos. San José es custodio porque sabe escuchar la voz de Dios, se abandona a Él, cumple en todo su voluntad, sabe leer con realismo los acontecimientos que se le presenta, es atento a lo que lo rodea y sabe tomar decisiones sensatas.
La figura de San José, aún permaneciendo más bien oculta, reviste una importancia fundamental en la historia de salvación. Y como él, también nosotros tenemos protagonismo en esta historia. El ejemplo de este gran santo es una fuerte invitación para todos nosotros a realizar con sencillez y fidelidad la tarea que Dios nos ha encomendado.
En San José, queridos hermanos, vemos con claridad cómo se responde a la llamada que Dios nos hace: con disponibilidad, con sencillez, con prontitud. Pero también contemplamos cuál es el centro de toda vocación cristiana: Jesucristo. Así como San José y la Virgen María, custodiemos a Cristo, guardemos al Señor en nuestro corazón.
Señor San José: ruega por nosotros.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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