Lunes IV Tiempo de Cuaresma
Is 65, 17-21
Sal 29
Jn 4, 43-54
“Así dice el Señor: voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva”. Esta segunda creación es aún más maravillosa que la primera, pues ahora que el Señor rehaga el mundo destruido por el pecado, lo hará por medio de su Hijo, Jesucristo, y al renovarlo todo, Dios manifiesta su inmensa alegría al pueblo.
Dios nos comparte su entusiasmo: “me alegraré por Jerusalén y me gozaré por mi pueblo”. El Señor piensa en lo que hará por ellos, piensa que Él mismo estará en la alegría de su pueblo. El Padre sueña con nosotros, quiere compartirnos su alegría.
Es muy agradable y maravilloso contemplar a una comunidad que está junta, guiados y sostenidos por el Señor, que caminan juntos. Sin duda alguna el Señor gozará de aquel momento. Se llenará de inmensa alegría. Así como los novios piensan y sueñan, “cuando estemos juntos, cuando nos casemos…”, así es el sueño del Señor por su Iglesia.
Dios piensa en cada uno de nosotros. Por ese motivo ve conveniente recrearnos, hacer nuevo nuestro corazón. ¿Alguna vez lo has pensado? ¿Te has percatado que el Señor piensa en ti? ¿Te has detenido a pensar que estas en la mente y en el corazón de Dios?
El Señor es capaz de cambiarlo todo, es capaz de transformar toda nuestra vida. Él tiene muchos planes para nosotros: “construirnos una nueva casa…, plantar una viña, comernos sus frutos”.
Dios no nos ha elegido por ser los mejores, los más fuertes, los más brillantes o los más poderosos. El Señor nos ha elegido porque somos el más pequeño de todos, los más miserables (en el buen sentido de la palabra), los más pecadores: “yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Mc 2, 17). Eso es el verdadero amor.
El amor que nos tiene Dios no se puede medir, siempre nos desbordará. Lo podemos vislumbrar mejor en el Evangelio de hoy, en la curación del hijo del funcionario real. Este milagro mas que explicarse, se debe de pensar, de sentir, de alegrarnos. El Señor todo lo puede curar, todo lo puede cambiar.
¿Qué tengo que hacer al respecto? Creerle. Cree que el Señor te puede transformar y curar, como lo hizo con el hijo del funcionario. “Señor, ven antes de que mi muchachito muera… Vete, tu hijo ya está sano”. Ese hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Creyó que Cristo tenía el poder de salvar a su hijo.
La fe abre espacio para experimentar el amor de Dios, dejando lugar al gran poder de Dios. Por medio de la fe podemos permitirle al Señor que venga a mi vida y le dé un vuelco, transformándola y cambiándola por completo.
Permitamos al Señor hacer grandes cosas en nosotros y llenémonos de alegría al saber que Él quiere curarnos de todos nuestros pecados.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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