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"El poder del perdón"

 Martes III Tiempo de Cuaresma


Dn 3, 25. 34-43

Sal 24

Mt 18, 21-35



    En este tiempo de Cuaresma podemos dirigirnos confiadamente al Señor reconociendo mi pecado personal y el profundo deseo que hay en mi corazón para darle un cambio a mi vida. Así como los tres jóvenes de la primera lectura, así nosotros debemos presentarnos al Señor: hay que disponer el corazón al arrepentimiento.


    Al presentarnos arrepentidos ante el Señor, se manifiesta una doble realidad: por una parte, del hombre se presenta la pobreza del pecado; por parte de Dios se manifiesta el amor tan generoso que nos tiene al borrar íntegramente toda imperfección que habita en el corazón del hombre.


    En este tiempo de gracia, nos hará bien reconocer que somos pecadores e invocar la misericordia del Señor pidiendo perdón. Incluso, podemos hacer nuestras las palabras del Salmo: “Señor, recuerda tu misericordia… indícanos el sendero a seguir, guíanos por la senda recta, descúbrenos tus caminos”.


    Sin duda alguna, en todo momento debemos de buscar a Dios. Pero, que mejor momento para hacerlo que cuando el hombre se siente débil, vulnerable, pecador. El Señor sabe lo que necesitamos, inclusive antes de que se lo pidamos. Confiemos en Dios: Él está ahí siempre, esperándonos, para que, con su gracia, podamos seguir andando el camino del bien.


    Dios siempre nos va a perdonar. Ahora bien, Él desea que hagamos lo mismo. Así como nosotros podemos acercarnos al Señor para que nos perdone, así nosotros también tenemos que perdonar a todos los que nos han ofendido. Bien lo dice el Padrenuestro: “Perdónanos… como nosotros perdonamos” (Mt 6, 12). Si recibimos el perdón, debemos también a aprender a perdonar. ¿Somos misericordiosos? ¿Somos capaces de pedir perdón y de perdonar a los que me han ofendido?


    La Cuaresma es un tiempo de perdón, de reconciliación en dos direcciones: reconciliarnos con Dios y con el hermano. No sigamos excusándonos para no perdonar: “es que Fulano me dijo tal cosa”, “es que Mangana me miró feo”, “Es que Perengano no me ayudó cuando solicité su apoyo”, etc. Dios nos ha perdonado y lo hace sin distinciones. Así mismo nosotros tenemos que perdonar sin hacer distinción alguna.


    ¿Dices tener un corazón más puro? Da el primer paso. Busca a tu hermano, reconcíliate con él. Pero no vuelvas con aires de grandeza diciendo: “tuve que ir yo a perdonar, porque no tiene para cuando”. Recuerda siempre hacer esto en secreto: “no lo hagan como los hipócritas que publican lo que hacen (ayuno, oración y limosna); ellos ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, hazlo en secreto… y tu Padre que ve lo secreto, te recompensará” (cfr. Mt 6 1-6. 16-18).


    Pidámosle al Señor que aleje de nosotros todo rencor u odio hacia el prójimo. No lo dudes: busca el perdón que viene de Dios. Una vez que has sido reconciliado por su gracia, busca a tu hermano y reconcíliate con él. No tengamos miedo: perdonemos con amor, sintiéndonos nosotros mismos perdonados por Dios.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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