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"Volvamos al Señor"

 Sábado III Tiempo de Cuaresma


Os 6, 1-6

Sal 50

Lc 18, 9-14



    En este tiempo de Cuaresma que ha transcurrido hasta el día de hoy: ¿voy teniendo una conversión interior y profunda? ¿O por el contrario sigue siendo la misma experiencia de año tras año, en donde hemos decidido volver a Dios y con el tiempo volvimos a nuestros propios caminos?


    Aquella llamada del profeta que resonó para el pueblo de Israel, nos la podemos apropiar nosotros el día de hoy: “Vengan, volvamos al Señor”. La invitación consiste en conocer mejor a Dios, organizando las actitudes interiores para que se reflejen en el exterior. Si esto va sucediendo, entonces el tiempo de la Cuaresma estará funcionando debidamente en el hombre.


    Hemos de volver al Señor de todo corazón, con humildad y sencillez, no de manera hipócrita, empleando palabras de engaño. El Salmo nos narra cómo debe de ser nuestra actitud ante Dios: “Por tu inmensa compasión y misericordia, Señor, apiádate de mí y olvida tus ofensas. Lávame de todos mis delitos y purifica mis pecados”.


    La parábola que emplea Jesús en el Evangelio nos deja más claro como debe de ser la actitud del hombre ante Dios. En oposición a la soberbia y superficialidad del fariseo, que se jactaba de sus obras excelsas, surge la humildad y sencillez de un publicano, el cual ofrece un verdadero arrepentimiento de corazón, siendo más que suficiente para recibir la justificación por parte de Dios. El Señor es excelso y su mirada se dirige a los humildes.


    ¿En cuál de los dos personajes nos sentimos retratados: en el orgulloso fariseo o en el humilde publicano? El fariseo, en el fondo, no deja obrar a Dios en su vida. En cambio, el publicano, es consciente de que necesita a Dios, que Él es el único que puede perdonar sus culpas, que solo el Señor puede mostrarle un camino que lo conduzca a la salvación.


    No caigamos en la tentación y el error de ofrecerle a Dios actos externos esta Cuaresma (ayunos, oraciones o limosnas) al igual que el fariseo y no darnos cuenta de que lo principal que nos pide el Señor esta en el interior: la humildad, el arrepentimiento, el amor a los demás, etc.


    Dejémonos ganar por el salmo, el cuál pone en nuestros labios palabras de arrepentimiento y de un verdadero compromiso: “Misericordia, Dios mío… por tu inmensa compasión, borra del todo mi delito, límpiame de mi pecado… reconstruye las murallas de Jerusalén, para que de esa manera puedan agradarte las ofrendas, los sacrificios y holocaustos que te ofrecemos”.


    ¿Te ánimas a pedirle al Señor que en verdad restaure tu corazón, tu vida según su voluntad? ¿O, por el contrario, te da miedo una conversión profunda y verdadera? La decisión es tuya: ¿Qué es lo que vas a elegir?



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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