Fiesta San Marcos, Evangelista
I P 5, 5-14
Sal 88
Se recalca que todos debemos de revestirnos de humildad y de trato mutuo, sin que insistamos en hacerlo todo a nuestra manera. Una persona que es orgullosa-soberbia no puede disfrutar de la gracia de Dios. Solo si nos acercamos al Señor con humildad, podremos experimentar su gracia santificante.
Por ello, se nos invita a “dejar toda preocupación en las manos de Dios, pues Él cuida de nosotros” y eso quiere decir que le importamos. El mismo Jesucristo nos lo ha dicho: “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados y yo los aliviaré” (Mt 11, 28). Se nos invita a dejar todo aquello que imposibilita ese deseo de ser santos: dejar todos nuestros pecados en el Señor.
Cristo sabe que el maligno sigue haciendo estragos en todos sus hijos, por eso se nos invita a velar, estar atentos ante el adversario. El diablo se mueve con plena libertad en el mundo actual (“nuestro enemigo, el diablo, ronda rugiente, buscando a quien devorar”). No podemos nublar nuestra mirada e intelecto creyendo que el demonio no existe. Claro que existe y constantemente está asechándonos.
Para ello, es clara la exhortación de San Pedro, “resístanle firme en la fe”, pero no de manera solitaria, sino en comunidad: “sabiendo que sus hermanos soportan los mismos sufrimientos que ustedes”. Se trata de un ejercito que permanece firme ante el enemigo. Tenemos que estar en una actitud de unidad, ya que, de manera individual, será más fácil caer derrotado: “divide y vencerás”. Es cierto que nuestra armadura es Cristo, pero también necesitamos de otros creyentes, que estén ahí con su oración, fraternidad, amor.
Dios nos conceda estar en esta sintonía de humildad, que esta nueva vida, que hemos recibido por la resurrección del Señor, nos haga servidores de su Evangelio y de los demás y contemplando su amor y misericordia, nos arriesguemos a dejar que el poder de Dios se manifieste en mi persona.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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