Sábado de la segunda semana de Pascua
Hch 6, 1-7
Sal 32
Jn 6, 16-21
Ante las dificultades que se presentan en nuestra vida, ¿cómo tendemos a reaccionar? Esta pregunta nos la podríamos formular todos los días. Probablemente el miedo sea la primera reacción más notable ante el oleaje encrespado de las dificultades. Esta suele darse de una manera espontánea, casi inevitable.
Ante el peligro inminente, nos asustamos o acobardamos. Nos sentimos vulnerables ante los embates que se presentan en nuestra vida y muchas veces salimos corriendo para refugiarnos. Al presentarse estas situaciones nos puede abatir la desesperanza, abandonando todo esfuerzo para seguir nuestro caminar.
Es normal que el temor esté en medio de nuestra humanidad, pero tengamos cuidado de no hacer elecciones o proyectos desde el temor, ya que el miedo y el pánico paraliza al cuerpo y embota la inteligencia. Cuando un tiene miedo, no ve con claridad, podemos decir que se vuelve daltónico: ya no percibe con claridad la realidad.
He conocido algunas personas que, ante los problemas o dificultades de la vida, buscan una salida fácil, incluso deseando su propia muerte. Están tan sumergidos en sus miedos que renuncian a su deseo de ser felices.
En el episodio del Evangelio que hemos reflexionado, nos percatamos de que Jesús no viene revestido de gloria, como muchas veces lo hemos imaginado, incluso, cuando sale a nuestro encuentro, no lo encontramos como esperábamos. De hecho, Dios suele aprovechar los golpes que la vida ejerce en cada persona, aquello que hace sufrir a sus hijos. En situaciones en donde el miedo nos sobrepasa, es muy reconfortante recordar las palabras del Señor: “No tengas miedo. Soy yo”.
Hay que caer en la cuenta de que no se trata de vivir una vida sin dificultades, sino de poder afrontar aquellas situaciones y así crecer en nuestra fe. Debemos de pedir sagacidad para saber convertir las dificultades en momentos oportunos para encontrarnos con el Señor.
Ante las dificultades que se presenten en nuestra vida, nos daremos cuenta de que podremos afrontarlas, siempre y cuando le demos el lugar que le corresponde al Señor. Así como la primera comunidad, que, al ver el incremento de los cristianos, no se dejaron vencer por el temor, sino que, en colegialidad, confiando en el Señor, eligen a siete hombres llenos del Espíritu de Dios y de su sabiduría y los designan al cuidado de las viudas.
Es por eso, no debemos dejarnos vencer por el temor, puesto que Dios está siempre con nosotros. El miedo se irá desvaneciendo en la medida en que dejemos obrar al Señor en nuestra vida. Si verdaderamente confiamos en el Señor, siempre venceremos. Ya lo decía Marín Luther King: “El miedo llamó a mi puerta; la fe fue a abrir y no había nadie”.
¡No tengas miedo! ¡Confía en el Señor!
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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