Lunes de la sexta semana de Pascua
Hch 16, 11-15
Sal 149
Jn 15, 26- 16, 4
Nuevamente nos encontramos con el Apóstol, con un celo tan grande que lo impulsa a comenzar una nueva travesía. Nos situamos en el segundo viaje apostólico de San Pablo. Y de nuevo brilla por la humildad que lo caracteriza.
San Pablo, al lugar al que llegaba para predicar la Buena Nueva, no lo hace con pretensiones de grandeza, esperando que la gente acuda a él, que lo exalten por sus conocimientos y manera tan espléndida de predicar el Evangelio. Sino todo lo contrario: busca llegar a la gente donde suele reunirse, se sienta, escucha, y ya después predica su mensaje. Tiene un método de evangelización que busca aproximarse con delicadez, sin avasallar al prójimo o querer imponer su manera de pensar.
Ahora bien, salta la imagen de una mujer de Tiatira. Su nombre era Lidia. Ella ya conocía al único Dios, es una mujer de fe, que escucha con atención las palabras del Apóstol. De esta manera se va a presentar de nuevo la mano de Dios sobre aquellos hombres de buena voluntad: “El Señor le tocó el corazón para que aceptara el mensaje de Pablo”. Se siguen cumpliendo las palabras de Cristo: “nadie puede venir a mi si el Padre no lo atrae”.
Cuando Dios actúa, lo hace de una manera majestuosa y sublime. Como ya hemos visto anteriormente en el libro de los Hechos, la consecuencia natural de su conversión concluirá en recibir el Bautismo, y no sólo ella, sino toda su familia. Por que la salvación viene para todos, no se reduce a un número determinado.
Después de este acontecimiento tan grande, Lidia aprovechó la oportunidad para poner en una encrucijada a Pablo: "si están convencidos de que mi fe en el Señor es sincera, vengan a hospedarse en mi casa" ¿Por qué puso en aprietos al Apóstol? Por que él ya ha mencionado que no quiere ser estorbo para otros, que no quiere ser gravoso a nadie, incluso prefiere trabajar para ganarse el sustento diario. Pero en esta ocasión es necesario aceptar esa hospitalidad, ya que en ella nos muestra la flexibilidad que tenía, ya que sabe adecuarse a las diversas circunstancias que vivía. También se nos muestra un San Pablo que no quiere herir a aquella familia recién convertida al Señor, que con tanto gozo han acogido su Evangelio.
Nos damos cuenta de la manera que el Señor quiere preparar el corazón del discípulo para enfrentar la realidad en la que se desplegará. No sólo lo hará para adaptarnos a aspectos sencillos, sino que quiere fortalecernos para aquellos que parecen imposibles de alcanzar por la mano del hombre.
Por un lado, nos muestra el lado agradable de la moneda: “Cuando venga el Consolador, Él dará testimonio de mí y ustedes también, pues desde el principio he estado con ustedes”. Pero por el otro lado de la moneda, nos percatamos de algo no tan grato: alégrense y regocíjense cuando los insulten, injurien y persigan por causa mía” (Cfr. Mt 5, 11). Convertirnos en verdaderos discípulos del Señor, nos llevará a afrontar adversidades, incluso el perder la vida por Él.
Jesús no ha prevenido de que no todo será miel sobre hojuelas, por ello dirá: “Les he hablado de estas cosas para que, cuando llegue la hora de su cumplimiento, recuerden que ya se lo había predicho yo”. Jesús nos advierte que no es sencillo seguir sus pasos. Por ello, no estamos solos, contamos con la presencia de su Espíritu Santo, fuente de luz y de paz.
Que Dios nos conceda la gracia de poder cumplir su voluntad, ya sea desde la alegría de acompañar a un recién convertido a nuestra fe o desde el desprecio del mundo, al rechazarnos, juzgarnos o de arrebatarnos la vida por su nombre.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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