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"En María encontramos un modelo a seguir"

 Visitación de la Santísima Virgen María

Fiesta


So 3, 14-18

Is 12

Lc 1, 39-56



    Al concluir el mes de mayo, lo hacemos con la fiesta de la “Visitación de la Santísima Virgen María” a su prima Santa Isabel. Esta celebración litúrgica nos recuerda que la Virgen María es una mujer que sale al encuentro de quien más la necesita.


    María tenía muchas razones para cuidarse y permanecer tranquila en su casa. Necesitaba tiempo para asimilar la inesperada noticia de que concebiría y daría a luz al Salvador del mundo. Nadie podía exigirle que, después de tan grande noticia, se encontrara como si nada hubiera pasado. Y es que todos tenemos nuestro problemas o situaciones personales. Tal vez no son tan enormes, pero en muchas ocasiones nos han servido para excusarnos y no complicarnos la vida.


    Ella, no obstante, dejó la aldea de Nazaret y, sin pensarlo, “se encamino presurosa a un pueblo de las montañas de Judea”. No se había recuperado del asombro de la Anunciación y ya estaba pensando en ayudar a su prima Santa Isabel. Aquellos kilómetros que distanciaban de Nazaret a Judea y lo complicado que resulta caminar sobre las montañas, no fueron obstáculos para ella. Nosotros debemos de hacer lo mismo: tender la mano a quien lo necesite, independientemente de las circunstancias que estemos viviendo.


    María no entró en la casa de su prima haciéndose la importante, quejándose de todo lo que había dejado para venir a servirle, sufriendo o exigiendo que se le reconociera como la Madre del Salvador. Ella llega saludando, es decir, regalado a manos llenas la gracia y la paz que habitan en su corazón. desbordaba tanta felicidad que hasta el pequeño Juan se ve alcanzado en el vientre materno.


    “En cuanto Isabel oyó el saludo de María, la creatura saltó en su seno”. Es así como obra la presencia de María que llena a Isabel del Espíritu Santo. Y es así como la Virgen obra en la vida de los demás. Como una fuente, con su lengua profética, María anuncia a todo creyente un río de gracia, haciendo saltar de gozo a todos sus hijos. Cuando la “llena de gracia” aparece, todo se desborda de alegría.


    Al verse correspondida por Isabel, María no rechaza la alabanza, sino que, con sencillez, humildad y con un espíritu alegre, se dirige a la fuente de todo amor, al Señor de misericordia, prorrumpiendo un canto de agradecimiento a Dios, al Salvador.


    María es una mujer que está siempre abierta a Dios y a toda la humanidad. Ella ha sabido vivir en actitud de gratitud y donación. Es por ello que, su cántico de alabanza, el Magníficat, es la oración de los pobres del Señor, una alabanza agradecida por la presencia de Dios que viene a salvar a su pueblo. En aquel cántico de María se celebra la misericordia suprema y definitiva que Dios ha realizado a favor de los seres humanos, a través del nacimiento, muerte y resurrección de su Hijo.


    Pidámosle al Señor que encienda en nuestros corazones el fuego de su amor, para que, a pesar de nuestros agitados días, podamos darnos un tiempo para orar, para visitar a los enfermos, de ayudar al que lo necesita, de reconciliarnos con los que nos hemos peleado. En fin: para crecer en nuestra amistad con el Señor. Sólo de esa manera, el fuego del amor de Dios estará en nuestros corazones, como le sucedió a María, la cual se convirtió en la Madre del amor.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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