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"En todo obra Dios"

 Martes de la cuarta semana de Pascua 


Hch 11, 19-26

Sal 86

Jn 10, 22-30



    Cuando parecía que llegaba el final de la primera comunidad, por el martirio de Esteban y la persecución que se desencadena, se presenta una oportunidad de oro: aquellos que se han dispersado a diferentes regiones de la diáspora (Fenicia, Chipre y Antioquía) comienzan a predicar para ser así una Iglesia misionera y abierta.


    El pasaje de la primera lectura, nos invita a comprobar una vez más que el que confía en Dios, no queda nunca defraudado, que no hay que desesperar aunque las cosas se vean muy negras, que Dios sabe sacar bienes de los males y todo tiene una razón y un propósito aunque de momento no alcancemos a vislumbrar cuál sea.


    Ciertamente que el anuncio de los apóstoles será, en primera instancia, dirigido a los judíos. Pero no sólo se han quedado en ellos, sino que algunas personas de esos pueblos comienzan a demandar la predicación del Evangelio. Algo ha tocado el corazón de aquellos paganos que los lleva a abrirse a la conversión, a abrazar la fe en el Señor Jesús. Aquí vemos como se cumplen las palabras de Jesucristo: “Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharan mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor” (Jn 10, 16).


    Estos paganos escuchan la voz de Dios por medio de los discípulos, pero ¿qué les pasa a los a los judíos que se encontraban junto con Jesús en la fiesta de la Dedicación del Templo? No quieren creer en Él. Ciertamente puede haber aquí un indicio de interés, ya que ellos mismo le preguntan: “¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si Tú eres el Mesías, dínoslo claramente”. Pero ese cabo suelto queda descartado tras la respuesta de Jesús: “Ya se los he dicho, y no me creen”. 


    Queda claro que, para poder asimilar y aceptar a Jesús como el Mesías, es necesaria nuestra voluntad y libertad. Por parte de los paganos, no hubo preguntas, simplemente abrazaban aquello que recibieron. Los judíos, tras todo lo que Jesús les había dicho, no quería creer en Él, se seguían resistiendo. De esta manera podemos percatarnos que son necesarios algunos elementos para aceptar el Evangelio de Jesucristo: escuchar, conocer y seguir.


    Podríamos preguntarnos: ¿escuchamos la voz del Pastor? ¿Conocemos quién es Jesús Buen Pastor? ¿Seguimos sus pasos? Nos vendría bien asimilar aquella misma actitud de estas comunidades paganas: abrazar la fe y convertirnos de corazón, ya que será necesario en nuestra vida para dejarnos guiar por el Buen Pastor. Pidámosle al señor que aumente en nosotros la capacidad de escucharlo, conocerlo y seguirlo.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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