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"La elocuencia del ejemplo"

 Jueves de la cuarta semana de Pascua 


Hch 13, 13-25

Sal 88

Jn 13, 16-20



    A lo largo de nuestra vida se nos invita a realizar diferentes actividades. Se me viene a la cabeza: en la escuela, se nos pide que hagamos tarea, que estudiemos, poner atención en clase, etc.; en el hogar nos toca llevar a cabo tareas domesticas tales como tender nuestra cama, recoger el cuarto, lavar los platos, etc.; en la vida de matrimonio se decide vivir en fidelidad, respeto, indisolubilidad, etc. Existirán muchos más ejemplos que podamos mencionar entre estos. 


    Es cierto que estas acciones, si no se hacen con amor, determinación y entereza, muchas veces nos va a costar realizarlas. Pero ¿qué pasaría si todas ellas las realizamos con convicción, determinación y amor? Las podremos cumplir y estaremos satisfechos de haber cumplido con lo que nos correspondía. 


    Ahora bien, me imagino a San Pablo y Bernabé esta travesía que han comenzado para llevar la Buena Nueva del Señor. ¿Con cuánto amor llevarían a cabo su misión? Por que nada los detiene, es tan grande su afán de anunciar la Buena Nueva. ¿Cuántas dificultades tendría que haber afrontado? Atravesar la región montañosa por los barrancos, los cambios de clima tan extremos que se dan en esa región, los riesgos de alguna bestia que los atacara, etc. Sin embargo, nada los detiene.


    Recordemos que, desde nuestro bautizo, estamos llamados a ser propagadores de la fe. Nosotros también necesitamos salir a llevar la Buena Nueva de Jesús Resucitado. Hoy en día, debemos de atravesar algunas montañas para llevar a cabo nuestra encomienda: la montaña de la flojera, de la pena, de la indiferencia, del egoísmo, del individualismo, etc. Es tiempo de pedirle al Señor que nos de la osadía y valentía para ser apóstoles en nuestro entorno, capaces de superar las adversidades que se presentan en nuestro camino.


    Por otro lado, hemos contemplado a un San Pablo empapado completamente en un conocimiento profundo sobre la Sagrada Escritura, ya que sabe que es algo fundamental en la misión que se le ha encomendado. Nosotros, ¿estaremos tan impregnados y desbordados en el conocimiento de la Palabra de Dios? Probablemente uno de los motivos por el cual no asimilamos nuestra realidad de bautizado, es por desconocer la Sagrada Escritura. Bien lo dijo San Jerónimo: “Desconocer las Escrituras, es desconocer a Dios”. Si profundizamos en la Palabra de Dios, podemos llevar a cabo la misión que Dios nos ha confiado, ser portadores y trasmisores de la fe. 


    Pero nunca te olvides de hacerlo todo desde la humildad, desde la sencillez del corazón. El mismo Cristo nos ha dado ejemplo: “Después de lavar los pies a sus discípulos les dijo: el sirviente no es más importante que su amo, ni el enviado es mayor que quien lo envía”. No busquemos predicarnos a nosotros mismos, sino que prediquemos el mensaje de Dios. Hagámoslo todo por y para Dios.


    Que el Señor nos conceda ser inundados por su Palabra, nos de fortaleza para atravesar todas las adversidades que están a nuestro alrededor y poder seguir propagando la Buena Nueva con humildad y sencillez, para que al final de nuestra vida podamos presentarnos a Él diciendo: “Somos pobres siervos, simplemente hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lc 17, 10).

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