Sábado de la quinta semana de Pascua
Hch 16, 1-10
Sal 99
Jn 15, 18-21
De nuevo se nos vuelve a narrar cómo el numero de creyentes va en aumento y cómo la misión encomendada a San Pablo da frutos abundantes. También se nos muestra de nuevo la disposición que tienen los apóstoles al dejarse conducir por el Espíritu Santo.
Hoy nos hemos encontrado con algo poco inusual en la primera comunidad: “el Espíritu Santo impide la predicación en Asia”. ¿A qué se deberá? ¿Por qué ha tomado esa decisión? No lo sabemos con ciencia a cierta, pero lo podemos suponer. En la carta que escribió Pablo a los Gálatas nos cuenta que no pudo emprender ese viaje debido a una enfermedad que contrajo (Gal 4, 13-14).
El Espíritu Santo constantemente nos está hablando, por ende, hay que estar atentos a su voz. No lo hace de una manera desorbitante, sino desde lo más ordinario de nuestra vida; no lo hace con actividades paranormales, lo hace desde el silencio del corazón. Podríamos pensar: ¿esto viene del espíritu?, ¿qué tal si es el maligno que me esta poniendo obstáculos? Si vivimos en verdadera apertura a cumplir la voluntad de Dios, la vida se va leyendo a la propia luz de Dios y lo que suceda se interpretará como algo que el Señor permitió.
Por otra parte, cabe reflexionar que para caminar de verdad por donde el Señor quiere que caminemos, hay que pedirle su ayuda constante para poder discernir las circunstancias favorables que ayudan a nuestra vida.
Ahora, el Espíritu de Dios no se limita a impedir por donde se quiera ir, sino que nos muestra el camino a seguir. El Señor no los deja en ascuas: se cierra una puerta, pero el Señor abre otra. Una prueba de ello la podemos contemplar en el Evangelio: "Si el mundo los odia, sepan que me ha odiado a mí antes que a ustedes”. Se cierra la puerta de lo terreno, pero se abre la puerta de lo divino; se nos odia en este mundo, pero se nos ama en el cielo; se nos desprecia en medio de los hombres, pero se nos exaltará en la gloria de Dios.
Es importante descubrir el rumbo que Dios va marcando a lo largo de mi vida. No nos desesperemos o desanimemos cuando no se realiza lo que anhelamos o cuando pasa el tiempo y no se da la solución. No hay que desalentarnos, mejor redoblemos la oración, la escucha de la Palabra de Dios, volvamos nuestro corazón al Padre e invoquémoslo como el salmista: “indícame el camino que he de seguir, pues levanto mi alma a ti” (Sal 143).
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Siga escribiendo. Sus reflexiones son de mucha ayuda.
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