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"No a la violencia"

 Lunes de la  XI semana Tiempo Ordinario


I Re 21, 1-16

Sal 15

Mt 5, 38-42



    Los cristianos no hemos comprendido el Evangelio en todo su esplendor; no hemos entendido la profunda convicción de Jesús de que sólo la no violencia puede salvar a la humanidad. 


    Gandhi, después de leer el Evangelio, dijo: “Leyendo toda la historia de esta vida… me parece que el cristianismo está todavía por realizar… Mientras no hayamos arrancado la raíz de la violencia de la civilización, Cristo no ha nacido todavía”. Son fuertes sus palabras, pero nada fuera de la realidad. 


    Toda la vida de Jesucristo ha sido una llamada a resolver los problemas de la humanidad por caminos de paz, no de violencia. La violencia jamás va a construir, sino que destruye: pretende resolver la problemática con el enemigo, pero lo único que hace es crear una reacción en cadena que no tiene fin; “ojo por ojo, diente por diente”.


    Tenemos que comprender que Jesús quiere hacer violencia a la violencia. El verdadero enemigo al que tenemos que combatir no está en una persona, cosa u objeto, sino es mi propio “yo” egoísta, que es capaz de destruir a quien se nos opone. Hay que combatir el mal, pero sin buscar la destrucción del adversario.


    No caigamos en el error de creer y pensar que el mal sólo se puede detener con mal y que la justicia se resolverá con más injusticia. El respeto al ser humano pide un esfuerzo por suprimir la violencia y promover el dialogo y la búsqueda de una relación más justa y fraterna.


    Como creyentes deberíamos de preguntarnos ¿por qué no he sabido extraer del Evangelio todas las consecuencias de la no violencia que propone Jesús? ¿Por qué no le he aceptado esta norma en mi corazón, dándole el lugar que le corresponde?


    No es suficiente el hecho de denunciar la violencia. No basta mostrar nuestro odio o rencor cada vez que se comete una injusticia. Tenemos que construir una sociedad diferente, suprimiendo ese famoso “ojo por ojo, diente por diente” y cultivar una actitud de reconciliación, de perdón.


    Hermanos, no caigamos en el circulo interminable de la violencia. Al contrario, dejémonos poseer por el Espíritu Santo para que, con su gracia, nos impulse en todas nuestras acciones para así terminar con las injusticias de este mundo. Por ello, acércate más a Dios por medio de tu oración diaria, practica las obras de la misericordia, ábrete siempre al perdonar al prójimo, puesto que Jesús nos enseño: “la paz esté con ustedes”.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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