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"Misericordia quiero, no sacrificios"

 Viernes de la  XV semana Tiempo Ordinario


Is 38, 1-6. 21-22. 7-9

Sal 38

Mt 12, 1-8



    Cuando un cristiano ora siempre es escuchado por su Padre. No sabemos si obtendremos lo que en ella pedimos, pero sí estamos seguros de que será escuchada por Dios. Así como le respondió a Ezequías, nos responde a nosotros: “He escuchado tu oración, he visto tus lagrimas… te libraré, te protegeré”.


    Jesús fue un hombre de oración: buscaba cualquier momento para estar en dialogo con su Padre: “Se retiró al monte para orar” (Lc 5, 16; Lc 6, 12). Jesucristo siempre nos invitará a estar en constante oración con Dios: a sus Apóstoles les pide orar para no caer en la tentación: “Manténganse despiertos y oren, para no caer en tentación” (Mt 26, 41); a aquellas personas que se encontraban como ovejas sin pastor les dice: “Rueguen al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos” (Lc 10, 2); incluso Jesús nos enseña a orar con el Padre nuestro: “Cuando oren, diga…” (Mt 6, 9ss; Lc 11, 2ss).


    La oración es lo que nos pone en dirección con Dios; la que nos da las fuerzas que necesita el corazón para seguir luchando; la que nos ayuda a seguir siendo gratos ante los ojos de Dios; la que nos orienta en nuestro camino hacia la santidad. 


    Si en alguna ocasión nos sentimos desanimados, si no encontramos la luz al final del túnel, que parezca que nuestra vida es una noche sin fin, acerquémonos a Dios con nuestra humilde y sencilla oración. Hagamos nuestras las palabras del salmista: “Sálvame, Señor, y viviré”.


    En el Evangelio nos encontramos a un Jesús que nos enseña a ser humanos, compasivos: “quiero misericordia y no sacrificios”. ¿Qué enseñanza me puede dejar esto a mí? A ser empático con los demás. Ciertamente que la oración es uno de los medios que se encuentran a nuestro alcance para rezar por quién más lo necesita. 


    Los discípulos tenían hambre y arrancaron espigas. ¿Esta acción era suficiente para condenarles tan duramente? Por supuesto que no. También nosotros podemos aprender eso de Jesús, a ser más comprensivos y benignos con los demás. No sólo pensar en mí, sino abrirme a los demás.


    Recordemos, hermanos, que la oración se convierte en salvación, no sólo para uno mismo, sino que quiera alcanzar a otros. Nuestro Dios es un Dios de amor, que a pesar de la debilidad humana y el pecado que puede cometer, busca hacernos el bien y así salvarnos. ¿Te ánimas a orar el día de hoy? ¿Qué te parece si hoy rezas por las necesidades de otro? Demostremos que nuestra oración diaria hace de la ley una experiencia de amor.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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