Sábado de la XIV semana Tiempo Ordinario
Is 6, 1-8
Sal 92
Mt 10, 24-33
Isaías era un joven que fue llamado por Dios para ser su portavoz en medio del pueblo de Jerusalén alrededor del año 740 a. C. Dios confía en él, no duda en llamarle. Por ello, el profeta va a responder: “Aquí estoy; envíame a mí”.
Una vez más nos queda claro que la iniciativa del llamado viene de parte de Dios. Es su amor el que pone en marcha la dinámica de la vocación: al sacerdocio, al matrimonio, a una vida consagrada, al servicio de la Iglesia.
Dios es todopoderoso, es cercano a su pueblo. Él quiere comunicar su vida a todos. Por ello se sirve de colaboradores, de testigo dispuestos a contribuir en su obra salvadora. Confiemos que encuentre en nosotros una disponibilidad generosa que nos lleve a decirle: “aquí estoy”.
Ahora bien, en la misión que Dios nos quiere fiar, se nos invita a confiar en Él, a no tener miedo. Esa frase se repite mucho en el Evangelio: “No tengan miedo”.
Jesús advierte a los suyos de las dificultades que habrá en su misión. No les promete una vida fácil o que les iría de color de rosas. Al contrario, nos deja claro la suerte que nos espera: “el discípulo no es más que maestro”. Y el Maestro termino en persecución, fue condenado y crucificado.
Por esa razón Jesús será reiterativo en ese asunto: “no tengan miedo”. No es lo fácil que pueda resultar nuestra misión, sino la satisfacción de haber logrado nuestra misión a los ojos de Dios. Si nos sentimos hijos del Padre, nada puede estar en nuestra contra: ni las persecuciones, ni las injurias, mucho menos la muerte.
Las pruebas o dificultades que se presentan en la vida no nos deben de asuntar. Nos puede hacer ruido, pero la fuerza de Dios nos asiste a cada momento. Nunca nos cansemos de dar testimonio de Cristo y sigamos anunciando la Buena Nueva que Él nos ofrece. “Recurramos al Señor; busquemos su rostro continuamente”, pues Él nos dice: “no tengas miedo”.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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