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¿Cómo es tu fe?

 Lunes I Tiempo de Adviento 


Is 4, 2-6

Sal 121

Mt 8, 5-11


    Litúrgicamente ayer iniciamos el Adviento, y hoy lo encontramos simbolizado en la postura y conducta del Centurión Romano. No sabemos cómo había llegado a él el conocimiento de Jesús, pero su manera de obrar no tambalea: actúa porque espera; y espera porque confía en el Maestro.


    Pues esta es una primera figura que nos ofrece la liturgia al comenzar nuestro camino de Adviento: la sencillez y singularidad de una persona que ha comprendido el papel fundamental que tiene la fe y, por consiguiente, todo lo que de ella se puede obtener.


    Recordemos que Jesucristo no escribió nada y los Evangelios no buscan ser una “tesis doctrinal” que nos presenta lo que debemos de memorizar, creer o practicar. El Evangelio es un compendio de encuentros de personas con Jesús y, en esos encuentros, surgen acciones, actitudes y valores que son el alimento del creyente (como el que hoy encontramos en el Centurión Romano).


    Jesús nos pide insistentemente tener fe. Lo hemos contemplado en diferentes pasajes de lo Evangelios, donde Él les reclama con dureza: “Hombres de poca fe” (cfr. Mt 8, 28; 14, 31). Sin embargo, el día de hoy, el evangelista Mateo, nos narra la fe tan excelsa que tiene el Centurión, incluso al grado de afirmarle al Señor: “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa”. Sin duda alguna, el Maestro se había sorprendido de la fe de aquel hombre: “En ningún israelita he hallado una fe tan grande”.


    Este pasaje nos deja una moraleja muy clara: tenemos tan poca fe y confianza en el Señor que pensamos y creemos que Él no nos escucha, que parecería que se mantiene al margen de nuestra vida. Muchas de nuestras suplicas y peticiones se quedan obstaculizadas por nuestros miedos e inseguridades. Muchas veces nos cuesta trabajo acercarnos confiados al Señor porque no somos valientes.


    No nos atrevemos a pedirle nada a Dios porque sabemos que la fe exige un compromiso, implica el hacer presente a Dios en medio de nuestra vida y de nuestra realidad, manifestando a todos al Señor de la justicia y de la paz.


    ¡Qué lejos estamos de la fe de este hombre, de esa fe tan humilde y sencilla, que no hace vanas preguntas, que hace que todo nuestro ser tienda y busque al Señor! No seamos tan mediocres y observemos nuestra vida desde la superficie, sino que tengamos el valor y la determinación de entrar en la casa, en el corazón, para descubrir en dónde está situada nuestra “parálisis y sufrimiento”, y así, ponerlas delante del Señor para que las sane.


    Pidámosle al Señor que sane nuestro corazón, que su Palabra sea la que ilumine toda mi vida, todos sus rincones, todas sus oscuridades; que nos conceda el don de una fe humilde y sencilla, capaz de profesar que Él es el único capaz de sanar todas las heridas del corazón; que nos otorgue una fe obediente a cumplir su Voluntad, para que cuando me diga, “haz esto”, yo lo puede realizar sin vacilar.


    Atrevámonos a vivir un Adviento diferente, lleno de fe y esperanza en el Señor.


Pbro. José Gerardo Moya Soto

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