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"Mi fuerza es el Señor"

Jueves I Tiempo de Adviento 


Is 26, 1-6

Sal 117

Mt 7, 21. 24-27



    Ante el peligro inminente, uno corre a salvaguardarse del riesgo. No sé, pienso en un pequeño niño que se sienta indefenso, el cual corre hacia sus padres para sentirse seguro. Es completamente natural que, en las dificultades de la vida, se acuda a un refugio, a un lugar, con una persona. Qué reconfortante es saber que podemos acudir con alguien en los momentos más complicados de la vida.


    Cuando llegan las fuertes lluvias a la vida, buscamos estabilidad, que los cimientos de nuestra vida nos ayuden a mantenernos de pie frente las inclemencias, las adversidades y vicisitudes de la existencia. Ninguno de nosotros quiere ser destruido ante los embates que se presentan en nuestro diario vivir.


    Por ello, el día de hoy el Señor nos da la fórmula para permanecer firmes y evitar que las fuertes corrientes arrasen con nosotros: “el que cumpla la voluntad de mi Padre”, ya que, si cumplimos con esta misión, estaremos edificando nuestra vida sobre roca, es decir, en el mismo Jesucristo y, por ende, estaremos preparados para soportar los golpes que podamos recibir.


    Existe un lugar seguro en el que nos podemos refugiar en los momentos de dificultad, un sitio donde estaremos a salvo de las amenazas del enemigo. Caigamos en la cuenta de que “tenemos una ciudad fuerte”, tenemos ese lugar seguro, aun cuando no siempre nos demos cuenta de que siempre ha estado ahí. Ese lugar, sin duda alguna, es frente al Señor.


    Jesús ya lo había anticipado: “cuando ores, entra en tu cuarto y ora ante tu Padre que está en lo secreto” (Mt 6, 6). Es decir, el encuentro con Dios se da cuando nos damos la oportunidad de invocarlo en donde sea que nos encontremos. Somos capaces de crear nuestro propio lugar seguro junto a Dios, porque Él “es nuestra fuerza”.


    Aunque nos toque vivir tiempos difíciles, nunca olvidemos: “El Señor es nuestra fuerza para siempre”. Que no pase nuestra vida sin acercarnos a ese lugar seguro, ahí donde se pueden reparar las fuerzas desgastadas por el trabajo diario, donde uno puede sentirse protegido, acompañado, amado.


    Hagamos del Señor nuestra fortaleza y, aunque pudieran venir fuertes lluvias que azoten al corazón, no perdamos nuestra esperanza en Él, ya que estoy seguro de que el Maestro estará ahí para levantarnos, para animarnos a seguir adelante.  ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el que busca refugiarse siempre en Dios!



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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