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"¿Por qué nunca estamos satisfechos?"

 Viernes II Tiempo de Adviento 


Is 48, 17-19

Sal 1

Mt 11, 16-19



    El proverbio que emplea Jesús en el Evangelio que hemos meditado, es cómo esos niños a los que se les da una cosa y no les gusta; les das lo contrario y tampoco lo quieren. Ese es el problema del pueblo de Israel: nunca está contento con lo que se le ofrece y se encuentra insatisfecho.


    También en la actualidad existen cristianos que no están satisfechos porque no terminan de comprender lo que el Señor les enseña, no entienden las enseñanzas reveladas en el Evangelio. Al vivir de esa manera, se comienzan a buscar nuevos proyectos, dejando fuera del corazón la lógica de Jesús. Por ese motivo muchos terminan alejándose de Él o sumergidos constantemente en una vida de tristeza.


    Pero Dios no quiere eso para sus hijos, sino todo lo contrario: la lógica de Jesús debería darnos plena satisfacción, su ejemplo de vida nos debe de llevar a ponerlo a la práctica en nuestra vida cotidiana.


    Jesús nos habla muy fuerte este día, ya que nos echa en cara que no hemos sabido recibir a los enviados de Dios: ni a los profetas, ni al Bautista, ni a Él mismo. En la primera lectura, contemplamos a Isaías que se lamenta de la rebeldía del pueblo, ya que no han querido obedecerle. El pueblo de Israel no eligió el camino del bien, sino el de su propio capricho.


    Eso también nos puede suceder a nosotros en la actualidad: anclarnos en nuestro propio pensamiento, dándole la espalda al Señor. Pero ¿qué hubiera pasado si el pueblo de Israel hubiera sido fiel? Habría gozado de bienes abundantes, como el mismo profeta lo describe: “Sería tu paz como un río y tu justicia, como las olas del mar, tu descendencia sería como la arena”. 


    Si Israel hubiera seguido el proyecto de Dios, no se habría apartado de su camino, no hubieran tenido que experimentar las calamidades en el desierto. Igual sucede para nosotros: si no nos alejamos del sendero que el Señor nos muestra, nuestra vida estará llena siempre de sus bendiciones.


    ¿Por qué será que nunca estamos satisfechos? ¿Por qué muchas veces sentimos que Dios no nos da gusto? Jesús lo ha explicado; vino Juan, pero por su estilo tan austero de vivir, es rechazado: tiene un demonio, es demasiado exigente con lo que pide, etc. Viene Jesús, que presenta una calidez humana muy grande, que la pasa bien, que es capaz de formar amistades y es catalogado como “glotón y un borracho”.


    En el fondo, la persona no quiere cambiar. Se encuentra de maravilla así como está y no dudará en desprestigiar al profeta o guía que se le presente en turno. Se cierra completamente al proyecto de Dios, buscando sus propios beneficios. Pero Jesús no se da por vencido. Él sigue saliendo a buscar lo que se ha perdido, a revivir lo que ha muerto, a perdonar al pecador.


    Es tiempo de darle una oportunidad al Señor, de responder de una manera generosa a la invitación que no está haciendo, de abrir las puertas de nuestro corazón de par en par, para que Dios entre hasta lo más intimo de nosotros y así poder dar frutos, poder tener vida en abundancia. 


    ¡Decídete!


Pbro. José Gerardo Moya Soto

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